Tenemos una idea de la vida que está en contradicción con la vida misma
(Amaia Pérez Orozco, 2017)[1]

Una de las caricaturas sobre la desigualdad de género más compartidas en redes sociales últimamente, y que contiene un impacto mayor que litros de tinta en escritos de todo tipo sobre el tema, es la que representa en una viñeta una carrera entre hombres y mujeres en una pista de atletismo. Los participantes, tres hombres y tres mujeres, se encuentran en la posición de salida, dispuestos a enfrentarse a carriles desiguales donde las mujeres tendrán que superar una serie de obstáculos, mientras que los hombres se enfrentarán a un camino libre de ellos. Los obstáculos son representados en la imagen por: una lavadora, una plancha, un horno… elementos que refieren directamente al trabajo doméstico y de cuidados, al llamado “trabajo reproductivo”. No es la primera apuesta visual de impacto sobre estos temas; poco antes circuló por redes sociales masivas un video que, haciendo uso de la misma metáfora –una carrera y la competición entre hombres y mujeres– presentaba a la mujer corriendo con zapatos de tacón en lugar de las zapatillas deportivas que usaba el hombre, y que, además, en el transcurso de la carrera recibía elementos relativos a los cuidados y al trabajo doméstico; entre ellos, un bebé, que la mujer aceptaba con fastidio frente a la ausencia de carga del hombre, quien corría libremente. El vídeo hace más hincapié en la idea de “carga” y la viñeta en la idea de “obstáculo” en el contexto de una carrera entre hombres y mujeres, coincidiendo en la misma idea: el peso de la casa y de los/as niños/as recae sobre las mujeres y supone un obstáculo para alcanzar la meta. Esta sugiere ser un lugar deseable para los dos, en el ámbito laboral o público, en el que se conoce como “trabajo productivo”.

El impacto de ambos resultó ser grande; se compartieron mucho y recibieron cientos de likes y comentarios que felicitaban la manera en la que representaban el mensaje de la desigualdad: “hasta que la igualdad no llegue al hogar y exista una corresponsabilidad real, seguiremos en desigualdad de oportunidades y derechos” o “se espera que la mujer trabaje como si no tuviera hijos y que crie a sus hijos como si no trabajara”. Aunque tampoco faltaron comentarios criticando esa representación de la desigualdad entre quienes niegan la existencia de esta.

El mensaje que contienen es claro, rotundo y eficaz. Hombres y mujeres se reconocen en una estampa cotidiana que transmite desigualdad, inequidad y, sobretodo, injusticia. Todos/as hemos visto carreras en una pista de atletismo donde, para asegurar igualdad de condiciones, los/as corredores/as son ubicados/as en posiciones de partida que compensan la diferente longitud de los carriles externos e internos de la pista. Las situaciones son ajustadas para que la carrera se produzca en “igualdad de condiciones”, un principio que no se da en este caso.

Que para las mujeres esta sea una carrera de obstáculos se explica por el género. Éste, como principio que ordena identidades, roles y relaciones entre hombres y mujeres, mantiene la división sexual del trabajo. En base a ese ordenamiento social y cultural, las mujeres asumen el trabajo no remunerado que es desarrollado en sus propias casas, en mucha mayor medida que los hombres. Un estudio reciente sobre los cuidados en Panamá, realizado por el PNUD (Rodríguez, C. et al, 2017), recoge datos rotundos de la Encuesta del Uso del Tiempo (2011). “El 72,1% de las mujeres de más de 15 años dijo realizar actividades domésticas y de cuidado, mientras solo el 37,1% de los hombres declaró lo mismo”. La misma encuesta recoge que las mujeres destinan unas 29 horas a la semana a las tareas domésticas y de cuidado frente a unas 13 horas que dedican los hombres.

Son múltiples los estudios sobre género que explican de este modo las condiciones de inequidad entre hombres y mujeres en relación con su participación en la economía, la política o la ciencia. Estos estudios y sus resultados han permitido importantes avances en la formulación de políticas públicas con equidad, tales como las políticas de conciliación de la vida personal, familiar y laboral, la equiparación de permisos de maternidad y paternidad, así como leyes de cuotas u otras acciones afirmativas para favorecer la paridad en la participación política, por poner solo algunos ejemplos. Dichos estudios justifican bien la necesidad de implementar políticas de acción afirmativa, que compensen la desigualdad de condiciones de partida y permitan a hombres y a mujeres “competir” en condiciones de igualdad.

Volviendo al mensaje que contienen la viñeta y el video, reconocemos al menos dos elementos que suponen un importante avance y uno que merece revisión crítica. En relación con los dos primeros, celebramos el avance que supone que lo reproductivo aparezca en escena y, por tanto, se supere la invisibilidad a la que ha sido sometida históricamente, así como que se muestre vinculado a las mujeres, dejando en evidencia la permanencia de la división sexual del trabajo, que sigue asignando injustamente las tareas reproductivas a las mujeres, aun cuando se haya producido una incorporación masiva de estas a la llamada esfera productiva.

Es precisamente esta incorporación de las mujeres al empleo remunerado, que no ha venido acompañada por una incorporación en la misma medida de los hombres al trabajo doméstico y de cuidados en sus propios hogares, ni por políticas públicas de cuidados, la que configura la sobrecarga de trabajo que asumen las mujeres en una y otra esfera de la vida. Aunque, valga apuntar aquí que la viñeta no muestra a las que transfieren los trabajos de la casa y los niños/as a otras, así como a esas mujeres que asumen las tareas de otras por un salario. Ese no es el mensaje de desigualdad sobre el que sugiere hacernos reflexionar la caricatura, aunque surja en el debate sobre el tema.

Ahora bien, la viñeta contiene otro elemento que merece la pena problematizar, y es el relativo al valor que otorga a lo reproductivo. Las tareas que mantienen y sostienen la vida son representadas como un obstáculo o una carga; visión coherente con el modelo económico capitalista dominante, que ubica el trabajo retribuido y los ingresos económicos en el centro de la vida, invisibilizando y vaciando de valor el trabajo reproductivo que lo sostiene. (Federici 2013; Carrasco 2009). Es una visión y un valor que responde a una concepción jerárquica entre las esferas productivas y reproductivas de la vida que debemos observar críticamente.

Si bien es importante visibilizar lo doméstico y reproductivo, así como reconocer las desigualdades que genera en el contexto económico y laboral dominante, al plantearlo como obstáculo o carga continuamos vaciándolo de valor. Por ello, nos preguntamos ¿es suficientemente crítica la interpretación de género de la vida-trabajo que sugieren estas propuestas visuales? La economista feminista Amaia Pérez Orozco se refiere al “conflicto capital-vida” (2014) que encierra esta interpretación de la desigualdad en el contexto de las economías capitalistas. Dicho conflicto, afirma, surge al poner la vida al servicio de la acumulación del capital, amenazando el cuidado de la propia vida y, por tanto, la “sostenibilidad de la vida” (Carrasco 2003).

Esta interpretación implica una mirada mucho más amplia de la misma situación presentada en la viñeta analizada; una mirada que abarca críticamente no solo las relaciones de género, sino estas en el contexto de las relaciones económicas.

Esta visión nos interpela fuertemente a las feministas, porque hablar de igualdad puede llevarnos a caer en la negación de la importancia de la reproducción social y la sostenibilidad de la vida, que aparece en constante contradicción con lo productivo capitalista (Piccio 1992); por eso se representa constantemente como carga u obstáculo.

Si igualdad significa reproducir las dinámicas de explotación de la vida, más que las de la sostenibilidad de la vida, habría que plantearse si no estaremos caminando en la dirección equivocada, o preguntarnos si somos suficientemente críticas con la desigualdad que vivimos y la igualdad que anhelamos. No se trata solo de una redistribución de las tareas domésticas y de cuidados entre hombres y mujeres, que sería algo así como repartir por igual las barreras o las cargas, sino de ir un poco más allá en el análisis crítico de la desigualdad entre hombres y mujeres, donde cabe cuestionarse esa interpretación de lo doméstico como obstáculo para el trabajo productivo y remunerado, en lugar de condición o sustento de este. Ello implica dar valor a lo que sostiene la vida. Tal vez merezca pensar en una igualdad que ponga en el centro la vida.

 

Referencias bibliográficas

Federici, S. (2013) Revolución en punto cero. Trabajo doméstico, reproducción y luchas feministas. Madrid. Traficantes de Sueños.

Carrasco, C. (2009) “Tiempos y trabajo desde la experiencia femenina”. Papeles de Relaciones Ecosociales y Cambio Global. N.º 108.

Carrasco, C. (2003). “La sostenibilidad de la vida humana: ¿un asunto de mujeres?”. En León (comp.) Mujeres y trabajo: cambios impostergables, ALAI, Porto Alegre.

Piccio, A. (1992) Social Reproduction: the political economy of labour market. Cambridge University Press.

Pérez Orozco, A. (2014) Subversión feminista de la economía: Aportes para un debate sobre el conflicto capital-vida. Madrid. Traficantes de Sueños.

Rodríguez, C. et al (2017) El bienestar cuidado: una responsabilidad que debe ser compartida. Cuaderno de Desarrollo Humano. PNUD Panamá

[1] Conferencia dictada en el Seminario Internacional “Luchas y alternativas para una economía feminista emancipatoria” 27 y 28 de noviembre, 2017. Asunción, Paraguay. CLACSO.