Los latinoamericanos estamos cada vez menos satisfechos con la democracia. Luego de tres décadas de una ola democrática que superó la mayoría de los autoritarismos de la región, el apoyo a esta forma de gobierno solo llegó a un 48% en 2018, el nivel más bajo desde 2001 según el Latinobarómetro.
Panamá no escapa de este desencanto. En 1996, a mediados del gobierno presidido por Ernesto Pérez-Balladares, 3 de cada 4 panameños indicaban apoyar la democracia, pero este apoyo ha venido disminuyendo desde entonces, como se refleja en una caída de 22 puntos porcentuales durante los dos últimos gobiernos, entre 2009 y 2018 (Gráfica 1). A pesar de este significativo cambio de percepción ciudadana, la conversación pública parece mostrar un limitado interés en explorar, reconocer y valorar la calidad de nuestra democracia y su impacto en nuestro bienestar social.
Con ocasión del Día Internacional de la Democracia, celebrado el 15 de septiembre, desde el CIEPS planteamos que es necesario ponerla en el centro de la discusión pública.
No podemos darla por sentada
Es importante recordar que las condiciones políticas y civiles de las que hoy disfrutamos, y a las que llamamos democracia, no estaban presentes en la mayoría de los países latinoamericanos hace cuarenta años. El nivel y alcance del autoritarismo latinoamericano representó un considerable desgaste del tejido social y económico, producto de las desapariciones de opositores políticos, la pérdida de vidas humanas y la disminución de libertades fundamentales. Esto dio cabida a un alto nivel de intervencionismo innecesario por parte de gobiernos extranjeros, multinacionales y organismos internacionales.
Desde finales del siglo pasado, el resurgimiento de la democracia nos ha brindado un conjunto de procedimientos políticos y civiles que buscan garantizar la capacidad interna de desarrollar y manifestar públicamente nuestras preferencias políticas, sociales y económicas. Estos procedimientos incluyen tener elecciones libres, competitivas y periódicas, donde el partido gobernante tiene la posibilidad de ganar o perder poder político luego de proponer abierta y libremente un plan de gobierno a los ciudadanos. Dentro de esta democracia, existe la posibilidad de crear las condiciones institucionales para desarrollar espacios de participación ciudadana en la toma de decisiones, hacer rendir cuentas a nuestros mandatarios y enrumbar nuestros destinos como partes y socios de una compleja economía global.
La calidad de la democracia
Del mismo modo en que una evaluación médica alerta al paciente de posibles riesgos a su salud, debemos explorar constantemente cómo evolucionan las condiciones democráticas y valorar su calidad. Esto nos permite identificar cuáles de sus dimensiones deben ser celebradss y cuáles necesitan mejoras.
Distintos autores han propuesto modelos de evaluación de la democracia, y uno de los más utilizados es el de Levine y Molina (2011), donde los autores reconocen cinco dimensiones que nos ayudan a entender su calidad:
1) El proceso electoral
2) Las condiciones de participación
3) La rendición de cuentas
4) La capacidad de respuesta del gobierno
5) La soberanía.
Las dos primeras sugieren que la democracia panameña se encuentra en un estado bastante saludable. Desde 1994, hemos participado con gran entusiasmo en seis contiendas electorales de manera libre, periódica y justa. El promedio de participación en estas contiendas ha sido de 75%, similar al del resto de América Latina.
Sin embargo, la participación ciudadana fuera de estos periodos electorales tiende a ser relativamente baja. Para 2016–2017, solo un 7.2% de los panameños reportaba estar involucrados en grupos sociales y políticos, en comparación con el 11.7% de América Latina, según el Barómetro de las Américas. Este último aspecto debe ser atendido, pues la teoría democrática nos alerta sobre los problemas que pueden surgir cuando el involucramiento y la participación ciudadana se limitan únicamente a la dimensión electoral. La democracia requiere de espacios y mecanismos para que los ciudadanos puedan incidir en el proceso de formulación, monitoreo y evaluación de políticas públicas.
La tercera y cuarta dimensión –la rendición de cuentas y la capacidad de respuesta gubernamental– abordan un rango de medios y herramientas sociales e institucionales para que los funcionarios elegidos o designados estén sujetos a control y a sanciones en caso de incumplir sus funciones. En particular, la capacidad de respuesta alude a qué tanto ayuda el proceso democrático del país a formar e implementar las políticas públicas que los ciudadanos expresan necesitar o querer. Datos de la última encuesta PNUD INDH 2018 sobre la confianza de los panameños en instituciones políticas, sociales y comunitarias, sugieren la necesidad de reforzar estas dos dimensiones. Según esta encuesta, las instituciones que asociamos más frecuentemente con la democracia experimentan una crisis de confianza: 83.8% de los ciudadanos desconfía de Asamblea Nacional, a la vez que un 74.8% de los ciudadanos desconfía de los partidos políticos y un 73.4%, de la presidencia. Al evaluar nuestros procesos democráticos, no debemos dejar de explorar cuán representativa puede ser, por ejemplo, la Asamblea Legislativa, cuando el 82% de sus miembros son hombres. Es necesario, entonces, que se evalúen y desarrollen estas dos dimensiones, puesto que no basta con observar el proceso democrático en los procesos de elección. Se requieren elementos de control institucional y de garantías para con la ciudadanía, en busca de asegurar un ejercicio de gobierno que responda constantemente a los requerimientos de los ciudadanos.
La quinta y última dimensión es la soberanía, entendida como el poder de los gobernantes para tomar decisiones autónomas sin estar limitados por actores domésticos o extranjeros que no hayan sido elegidos en procesos democráticos. A pesar de los históricos avances en términos de soberanía nacional, es saludable evaluar continuamente la independencia y autonomía de los gobiernos del país.
La desigualdad como amenaza a la democracia
Estas dimensiones de análisis pueden y ameritan ser utilizadas para aclarar qué tan consolidada está la democracia panameña. Sin embargo, y como punto final, debemos enfatizar que una de las principales amenazas a la democracia liberal moderna es que no ha podido resolver la creciente brecha de desigualdad de ingresos y riqueza, abriendo las puertas a la pérdida de legitimidad y a las amenazas autoritarias. Si bien Panamá ha crecido considerablemente en términos de su Producto Interno Bruto (PIB), logrando una disminución de los niveles de pobreza extrema, lo cierto es que el país se mantiene como uno de los más desiguales de América Latina. Todas las condiciones democráticas pueden ser afectadas por esta desigualdad de ingresos y riqueza, minando indirectamente aspectos como la calidad de las elecciones, la calidad y magnitud de la participación ciudadana y la robustez de los actores sociales que hagan rendir cuentas al gobierno.
Igualmente, sobre la democracia panameña actual se cierne la aparición de proyectos con acento autoritario en países vecinos, que intentan encarnar el descontento por los insatisfactorios resultados económicos de las últimas décadas, enarbolando como bandera lo que se percibe como una deuda de la democracia. Ningún análisis de calidad de la democracia puede dejar de explorar la relación entre estos factores sociales y económicos, la erosión de la legitimidad y la vulnerabilidad de los logros democráticos ante estos proyectos. Aunque los resultados sociales y económicos no sean parte de la evaluación, como sugieren Levine y Molina, estos sí influyen en la forma en que es utilizada y vista por los ciudadanos.
Nos urge hablar sobre la democracia, porque darla por sentado sería un error costoso. La erosión y el retroceso que esta experimenta en algunos países del continente debería alertarnos sobre la necesidad de proteger nuestros logros históricos en la materia. Las deudas sociales y económicas en estas décadas de democracia, así como el exitoso modelo de crecimiento económico de la China –un régimen no democrático–, dan lugar a importantes cuestionamientos sobre la relación entre la democracia y el bienestar social, que no deben ser ignorados si queremos defenderla.
Sin duda, la democracia panameña aún tiene que avanzar en muchos aspectos, pero su evaluación no debe guiarse por la lógica del todo o nada. En su lugar, debemos enfocarnos en entender el proceso evolutivo que atraviesa toda forma de gobierno y valorar el continuo en el que debe continuar nuestro crecimiento democrático.
Referencias
Levine, D. H., & Molina, J. E. (Eds.). (2011). The quality of democracy in Latin America. Boulder: Lynne Rienner Publishers.
Dedicado a producir conocimiento para la formulación de políticas públicas y la toma de decisiones en los sectores público y privado en Panamá.
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