El comienzo del nuevo mandato de Donald Trump se ha caracterizado por una frenética actividad presidencial con 33 decretos en la primera semana y un gran despliegue informativo. Con órdenes presidenciales retrasmitidas desde la Casa Blanca, multiplicidad de mensajes en redes sociales, entrevistas en televisión y medios digitales, presencia en eventos deportivos como la Super Bowl (primer presidente que asiste a este evento deportivo), y Dayton 500, con una vuelta por la pista con la limusina presidencial bautizada como “la bestia”, incluso ordenes presidenciales retrasmitidas desde el propio avión presidencial, el Airforce One.

Este vertiginoso bombardeo comunicativo ha incluido una multiplicidad de controversias con sus vecinos, Canadá y México, con varios países latinoamericanos, la Unión Europea, Ucrania, China, Palestina y países árabes limítrofes como Jordania y Egipto, etc. Todo este arsenal mediático se ha compuesto de tal abundancia de asuntos que ha dificultado la respuesta conjunta de la comunidad internacional, sobrepasada por una multiplicidad de temas que transgreden el orden jurídico internacional. Como por ejemplo, la amenaza de la toma del Canal de Panamá, la compra de Groenlandia, la expulsión de la población palestina de Gaza, la pérdida de integridad territorial de Ucrania, las guerras comerciales o la terciarización de las deportaciones en diferentes países, entre otros, y dentro de los asuntos nacionales el gobierno norteamericano está embarcado en una reingeniería estatal liderada por Elon Musk, acompañada por la ceremonial entrega de la motosierra del presidente Milei en la CPAC.

Este bombardeo comunicativo ha generado un efecto de parálisis e incapacidad de respuesta en muchos actores que pendulan entre la perplejidad, el miedo y la sorpresa ante la multiplicidad de controversias abiertas por la primera potencia mundial. Los mensajes tienen al presidente como principal emisor, que eclipsa el gabinete de prensa y comunicación del gobierno, y despliega una acción comunicativa que con apariencia de espontaneidad y autenticidad actúa de forma osada, irreverente, desordenada, intermitente, con mensajes incompletos, contradictorios y cargados de desinformación.

Por todo lo dicho, es importante poner el foco en la acción comunicativa del nuevo gobierno norteamericano como un elemento que constituye un hito en la comunicación política que podríamos caracterizar como un fenómeno de saturación informativa que, aunque tiene precedentes, destaca por su intensidad, por sus dimensiones y por sus diferentes niveles.

Trump ha sabido interpretar la insatisfacción de la población con las políticas públicas, el deterioro del bienestar de los sectores populares, la crisis de representación, la desconfianza en los medios tradicionales de comunicación, el desgaste de las instituciones democráticas y el empobrecimiento del debate político, en un contexto internacional en el que gigante norteamericano estaba perdiendo hegemonía política, económica y cultural y con un contexto interno de mucha polarización. El nuevo gobierno ha desplegado una potente maquinaria comunicativa acompañada por canales digitales y analógicos, con un espectáculo apabullante que rompe con las reglas discursivas de las teorías de acción comunicativa de Jürgen Habermas o de la democracia deliberativa de Jon Elster.

Esta estrategia de saturación informativa está acompañada por otros tres elementos fundamentales: el espectáculo, los enunciados performativos, y la dimensión real y pragmática de los mensajes. La presencia de estos elementos es fundamental para la eficacia de los mensajes, ya que todos estos elementos están íntimamente ligados y difícilmente los podemos aislar.

Una de las claves del éxito político de Donald Trump es su carrera como estrella televisiva que tuvo como culmen el reality show “El Aprendiz” de la cadena ABC en el que los concursantes pugnaban por convertirse en líderes empresariales del imperio Trump. La comunicación asertiva y disruptiva, en la que “las reglas que gobiernan a otros no se pueden aplicar a Donald Trump” constituyó una imagen que le sirvió de impulso a su carrera presidencial. Según el cineasta y filósofo Guy Debord, la sociedad del espectáculo crea la identificación pasiva con el espectáculo suplantando la actividad genuina, es decir, en la sociedad del espectáculo la vida social es sustituida por la imagen. El espectáculo constituye un elemento clave en la nueva administración norteamericana.

El otro elemento fundamental de la comunicación trumpista es la performatividad. Siguiendo la teoría de John L. Austin, la performatividad es cuando el acto de habla no tiene que ver con la verdad o la mentira del enunciado, es decir, no son contenidos constatables, es un acto comunicativo que responde a una acción en sí misma, este acto es capaz de generar una consecuencia más allá del contenido del mensaje. Desde esta óptica, lo relevante no es que EE.UU. pretenda o no retomar el Canal, ya que la sola amenaza constituye un acto en sí mismo, y este chantaje ha traído consecuencias, como el no renovar acuerdos comerciales con China.

Por último, está la dimensión real y pragmática de los mensajes que se puede ejemplificar en los aranceles del 25 % aplicados sobre el aluminio y el acero con la finalidad de fortalecer la industria norteamericana.

Para poder afrontar esta forma de comunicación es necesario profundizar en el conocimiento de este tipo de estrategias discursivas para fortalecer el debate democrático analizando las diferentes dimensiones expresivas, emocionales y comunicativas presentes en el discurso político. La presente propuesta constituye solo una pequeña y parcial muestra de ese análisis tan necesario.