Como investigadora de las relaciones entre religión y política, no podía sino correr a ver la película Cónclave de Edward Berger, nominada en ocho categorías en los Óscares. Es más, la vi dos veces. No es la primera película del género. La atracción del poder, de lo secreto y toda la curiosidad sobre un evento político con esta dimensión espiritual ha inspirado a varios directores, con éxitos variables. Antes de Cónclave, Habemus Papam, la película de Nanni Moretti ya exploraba de forma humorística la paradoja de una elección donde no hay, al menos oficialmente, candidatos.
Los conclaves son eventos políticos de gran trascendencia, para los católicos y más allá de las fronteras de la institución. Su particularidad también proviene de su relativa rareza. Como los papas tienen mandatos vitalicios, es probable que pocos de nosotros recordemos más de cuatro o cinco cónclaves. En el siglo XX y XXI, ha habido tres veces más Mundiales de fútbol o Juegos Olímpicos que cónclaves. Yo me acuerdo particularmente bien del último, por el histórico resultado, cuando el humo blanco anunciaba el primer Papa latinoamericano, y porque la casualidad hizo que me encontrara en ese momento en un restaurante argentino.
La película, muy bien lograda desde un punto de vista visual y del guion, muestra cómo los eclesiásticos pueden estar sujetos a dudas de todo tipo, encarnadas en las tortugas que continuamente buscan salirse de su estanque; como la Iglesia no es impermeable a los debates y los eventos que suceden fuera de ella, aun estando “con llave” (el significado en latín de la palabra cónclave); y como en ocasiones, estas irrupciones del exterior permiten hacer entrar vientos de cambio, como el que sopla en la Capilla Sixtina en los últimos minutos de la película. En la última imagen, tres mujeres salen del edificio, riendo y caminando entre una línea de estatuas de hombre inmóviles, encarnando una Iglesia en movimiento. Las mujeres, que habían estado en silencio a lo largo de la película, a pesar de que “veían y escuchaban” en palabras de la hermana Agnes, son, esta vez, “vistas y escuchadas” a través de los ojos del personaje principal.
La película muestra con bastante exactitud, aunque en ocasiones con caricaturas, las tensiones entre diversas tendencias en el seno de la Iglesia entre, por un lado, un ala muy conservadora que añora la institución previa a las reformas de Vaticano II y que enarbola unas visiones retrógradas sobre el lugar de las mujeres y de las personas homosexuales en la sociedad; por otro lado, un ala que busca hacer reformas a la Institución y tiene una visión más liberal sobre la sociedad.
Entre ambas posturas, hay una gran escala de grises y, por supuesto, otro reto, el de la representación geográfica de la Iglesia. Vemos así en la película un cardenal que recuerda que “hace más de cincuenta años que no ha habido un papa italiano”, mientras otros rumoran la posibilidad de que se elija un papa africano, una posibilidad con gran alcance simbólico, aunque no necesariamente asociada con reformas sustantivas, ni dentro de la institución ni en su relación con la sociedad.
La película aborda diferentes problemáticas que atraviesan la Iglesia Católica, las cuales algunos comentaristas cercanos a la institución han tildado de prejuicios habituales sobre ella. Sin embargo, la fase de escucha de la feligresía previa al Sínodo de la Sinodalidad, así como los datos sobre la confianza en la Iglesia Católica, que han bajado dramáticamente en algunos países como Chile, demuestran que estas preocupaciones repercuten tanto en los católicos como en el resto de la sociedad. Me refiero, por supuesto, a los casos de corrupción, cuya existencia ha sido reconocida por el propio Papa Francisco, o a los gravísimos escándalos sexuales, que han dado lugar a la creación de ‘comisiones de la verdad’ en países como Irlanda, Australia, Estados Unidos o Francia.
En los primeros minutos de la película, un cardenal, amigo cercano del Papa recientemente fallecido, cuenta que ambos jugaban con frecuencia al ajedrez, aunque, según recuerda, el pontífice invariablemente ganaba: “siempre tenía ocho movidas anticipadas”, reconoce. El resto de la película deja claro que el Papa no solo anticipaba sus jugadas en el ajedrez.
De alguna manera, la película señala la importancia para el Sumo Pontífice de preparar, dentro de lo posible y éticamente aceptable, su sucesión y el futuro de la Iglesia después de su partida. Quizás es lo que hizo el Papa Francisco con el Sínodo sobre la Sinodalidad entre los años 2021 y 2024, buscando atender temas largamente pospuestos, y llamando desde ya las Iglesias de cada país a actuar de forma coherente con sus conclusiones.

Politóloga especialista en relaciones entre religión y política. Doctoranda en Ciencia Política en la Universidad Libre de Bruselas. Miembro del Sistema Nacional de Investigación y de la Red de Politólogas. Autora de varios capítulos de libros sobre actores religiosos-políticos en Panamá.
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