En 2013, al optar por su nombre papal, Francisco mandaba dos mensajes. El primero, la elección de un nuevo nombre, inédito entre los 264 anteriores, mostraba una voluntad de renovación de la institución, mientras que el homenaje a San Francisco de Asís, el santo de los pobres y las aves, prácticamente hizo función de “plan de gobierno”. El compromiso del papa Francisco con los más excluidos, en particular con los migrantes, fue una constante de su papado, desde su primer viaje oficial a Lampedusa —una pequeña isla del Mediterráneo, destino de miles de precarias lanchas venidas de África y escenario de naufragios trágicos— hasta el último día, cuando abogó por los migrantes en su entrevista con el vicepresidente de los Estados Unidos y en su homilía del domingo de Pascua.
El medio ambiente también estuvo en el centro de su papado, y es probable que la encíclica Laudato sisea uno de sus legados más relevantes: la primera posición oficial de la Iglesia sobre el deber de la humanidad con la protección del medio ambiente. Este aporte difícilmente puede ser desvinculado de su posición de primer papa no europeo, trayendo a la institución preocupaciones particularmente fuertes en la opinión pública latinoamericana.
Otro hito particularmente notable, tanto en forma como en fondo, fue el Sínodo de la Sinodalidad que tuvo lugar entre los años 2023 y 2024, que puso a conversar a toda la Iglesia en un pie de igualdad, con una amplia participación de laicos. Fueron abordados los temas más sensibles para el catolicismo, como el lugar de las personas divorciadas, los laicos y las mujeres dentro de la Iglesia, el celibato de los sacerdotes o la postura de la Iglesia ante la homosexualidad.
Aunque muchos habrían querido, en este sentido, avances más radicales, los cambios han sido lentos, pero innegables. La gobernación del Vaticano (el equivalente a una alcaldía) está hoy ocupada por una mujer, así como el Dicasterio (si lo comparamos a un gobierno, un dicasterio sería el equivalente a un ministerio) para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica —un cargo nada menor, que supervisa más de 700,000 personas en el mundo entero—, la subsecretaria del Sínodo de los Obispos (el órgano asesor del Papa, y la primera mujer con derecho a voto en un sínodo católico), o la secretaria del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral.
En el tema de la violencia sexual, también el Papa marcó pasos significativos al recibir a víctimas y, por primera vez, pedirles perdón en nombre de la Iglesia católica con un discurso de una firmeza no vista anteriormente. Aunque este discurso fue acompañado de medidas reales, también guardó alguna cautela, posiblemente relacionada con presiones de la Curia y de las corrientes más conservadoras del catolicismo, pero también con la implicación de algunos de sus allegados. Toda reforma en la Iglesia está sujeta a un difícil equilibrio: hacer los cambios necesarios sin desestabilizar la institución ni correr el riesgo de romperla.
Otra de las sombras de su papado concierne quizás al conflicto en Ucrania, donde su pacifismo absoluto, así como probablemente una tradición latinoamericana que ve con ojos benevolentes a los adversarios de los Estados Unidos y con más suspicacia a sus aliados, llevó al papa Francisco a tener una postura quizás excesivamente equidistante entre un país agresor y otro agredido.
El balance general es probablemente el de un papa heredero de una tradición jesuita y también del catolicismo de los años 1960 y 1970, con su “opción preferencial por los pobres” (o “con los pobres”, como prefería el Papa), inmensamente popular fuera de la institución, reconciliando a muchos no católicos o católicos alejados de la institución con la Iglesia. El giro conservador o incluso “postliberal” de corrientes más recientes generó, sin embargo, importantes tensiones internas.
Son estos los desafíos que enfrenta la Iglesia a algunas semanas de la apertura del Cónclave. Aunque, en teoría, cualquier varón bautizado podría ser elegido, lo más seguro es que el Colegio Cardenalicio siga la tradición de los últimos ocho siglos y elija a uno de sus miembros como futuro Papa. El Colegio, profundamente renovado, también tiene la marca de Francisco, no necesariamente por sus orientaciones liberales, sino por su mirada al sur. Así, por primera vez, los cardenales europeos no son mayoría.
Los centroamericanos seremos representados por dos cardenales: Álvaro Ramazzini, de Guatemala, y Leopoldo Brenes, de Nicaragua, comprometidos con los retos democráticos y sociales de la región.
En un periodo marcado por recomposiciones geopolíticas, en las que los valores de democracia e inclusión no parecen marcar ya la brújula de las potencias mundiales, la elección del futuro guía espiritual de más de 1,400 millones de personas reviste un carácter que podría resultar clave, ya sea en la resistencia de estos valores o en la confirmación de su declive.
*Articulo fue publicado en el diario La Prensa*

Politóloga especialista en relaciones entre religión y política. Doctoranda en Ciencia Política en la Universidad Libre de Bruselas. Miembro del Sistema Nacional de Investigación y de la Red de Politólogas. Autora de varios capítulos de libros sobre actores religiosos-políticos en Panamá.
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