Cada 25 de noviembre hablamos de violencia de género y salimos a las calles para exigir vidas libres de violencia. Una violencia que no cesa, y que se expresa de distintas formas en la vida de las mujeres por el simple hecho de serlo. 

Hemos avanzado mucho en su comprensión e intervención. Contamos con más conceptos que nos permiten identificar diferentes expresiones de violencia en nuestras experiencias, así como con intervenciones que abordan de manera más efectiva e integral tanto su prevención como la atención a las víctimas. Sabemos más y tenemos más recursos, pero esto no es suficiente.  

Como mal constante y generalizado en nuestras sociedades se manifiesta de diversas formas y en diferentes contextos. Acompaña nuestras vidas de manera más o menos explícita y reconocible. Las víctimas de violencia de género son más de las que nos indican las cifras que manejamos, los testimonios de las mujeres con las que he trabajado en mi experiencia como etnógrafa feminista en Panamá están repletos de violencias: mujeres privadas de libertad sometidas a violencias físicas y psicológicas en el encierro o mujeres indígenas víctimas de violencia doméstica y sexual en las casas de familia donde trabajan. Pero ha sido trabajando con adolescentes embarazadas y madres donde he sentido con más crudeza la expresión y el impacto de las violencias de género. Las experiencias de estas adolescentes recogidas en sus relatos testimoniales sobre el embarazo y el parto están absolutamente plagadas de violencia. La violencia de género, en sus diferentes modos, atraviesa todo el fenómeno del embarazo en la adolescencia, desde sus causas hasta sus consecuencias. Podemos afirmar que la violencia de género y el embarazo en la adolescencia son fenómenos absolutamente relacionados.  

Esta idea contrasta con el discurso bastante generalizado sobre el embarazo adolescente, que identifica sólo tipo de violencia, la violencia sexual, como causa directa de dicho embarazo. La problematización del embarazo en la adolescencia, de hecho, está muy asociada a este vínculo. Sin embargo, los testimonios de las adolescentes embarazadas o madres, recogidos en la etnografía realizada sobre el tema en Panamá, nos hablan de otras violencias que ocurren en al menos tres momentos: en el contexto del embarazo, durante el periodo de gestación y en el parto.  

En el contexto del embarazo nos hablan de violencias físicas, psicológicas y sexuales que tienen lugar tanto en sus contextos domésticos y familiares como en sus relaciones afectivas o noviazgos. Durante el embarazo siguen experimentando violencias, que inician desde que cuentan “la noticia”, momento que desencadena violencias físicas y psicológicas en casa, pero también por el responsable del embarazo. Le siguen otras violencias, normalmente de tipo psicológico, por parte de sus familias, la sociedad, e incluso profesionales de la salud o la educación, que se expresan en discriminación o exclusión en sus casas y barrios, en la calle y en el transporte público, en los centros de salud y hospitales o en las escuelas. Por último, el parto y la violencia obstétrica que experimentan contenidas en sus relatos. 

Se trata de diferentes tipos de violencias que determinan, de manera más o menos directa, los embarazos a esas edades, pero que también contribuyen a sus consecuencias negativas. Muchas de esas consecuencias negativas están relacionadas con las violencias psicológicas o físicas, sociales e institucionales de las que son objeto durante su embarazo y parto. Que las adolescentes embarazadas abandonen la escuela o no acudan a los controles prenatales de salud, lo que tiene un impacto negativo en sus trayectorias educativas o en su salud y la de sus bebés, se debe en gran medida al trato que reciben en instituciones educativas y sanitarias. Estas evidencias permiten reconocer la responsabilidad social e institucional en las consecuencias negativas de estos embarazos. 

Todo esto sitúa la violencia de género en el centro del problema del embarazo en la adolescencia, y debería servirnos para identificar y diseñar acciones dirigidas tanto a prevenir estos embarazos, como a garantizar el bienestar de las adolescentes embarazadas o madres.