Cuando Elon Musk, la persona más rica del mundo, compró Twitter en 2022 se generaron múltiples comentarios. Ese año la red de microblogging, con apenas 450 millones de usuarios —una minucia comparada con Facebook, que entonces contaba con aproximadamente 3000 millones—, era usada por más de la mitad de los estadounidenses para obtener regularmente sus noticias.
Apenas tomó posesión, además de cambiarle el nombre por X, Musk comenzó a introducir cambios significativos, entre ellos el despido de gran parte del personal, lo cual afectó gravemente el núcleo central del funcionamiento de la plataforma —la división de moderación de contenidos—, encargada de gestionar los mensajes que circulan en esta red. Según filtraciones de fuentes internas, el algoritmo sufrió un rediseño para favorecer la visibilidad de influenciadores y activistas de grupos de ultraderecha.
Otras medidas controversiales, como el cobro por el acceso a su interfaz de programación de aplicaciones (API) con fines de investigación académica; y la degradación de la insignia azul, que pasó a ser otorgada con el único requisito de ser pagada, generaron una desbandada de usuarios, entre ellos prestigiosos medios norteamericanos sin fines de lucro como National Public Radio (NPR) y Public Broadcasting Service (PBS).
Sin embargo, luego de los comicios en Estados Unidos la decisión de dos grandes medios de comunicación europeos, uno británico y otro español, de dejar de publicar sus contenidos en esta red produjo un importante incremento de las deserciones.
El editor de tecnología global de The Guardian, con cerca de 27 millones de seguidores entre el conjunto de sus cuentas oficiales en X, apuntó sus motivos: “la campaña electoral presidencial estadounidense demostró que Musk utilizó su influencia para moldear el discurso político”. La Vanguardia, por su parte, publicó una amplia entrevista con su director, quien adujo que se daban de baja porque X se había convertido “en una caja de resonancia de las teorías de la conspiración y la desinformación”.
Según reportó la reputada revista Wired, citando fuentes financieras, en octubre pasado X valía un 79% menos de los 44 mil millones de dólares que Musk había pagado por ella en 2022. Como advertimos en nuestro blog en un texto de aquel año, “así como antes de la digitalización los capitanes de las grandes corporaciones compraban medios de comunicación con el fin de influir en la agenda pública y en la política, probablemente lo que Musk está comprando sea más influencia”. Su nombramiento como líder de un nuevo departamento de la administración Trump, entre cuyos propósitos se cuenta el de reducir el exceso de regulaciones —una política ambicionada por los chicos de Silicon Valley—, lo confirma.
¿Qué hacemos nosotros? ¿También nos damos de baja?
Los asuntos para debatir en torno a esta decisión son sustanciosos, de forma y de fondo, sobre todo porque la ilusión de democracia comunicativa que alentaron las redes sociales se ha desvanecido. Vistos los perversos efectos del modelo económico de las big tech, en esta nueva etapa marcada por el pesimismo pareciera que lo sensato fuera salirse no sólo de X, sino de todas las redes sociales.
Con no poca ironía, en uno de sus últimos artículos la investigadora Adriana Amado criticó la forma en la cual algunos usuarios individuales habían anunciado su retiro de X con grandes aspavientos. El “me voy de las redes” —ha dicho— “me recuerda mucho al no veo televisión del siglo pasado”. Y aprovechó para lanzarles un puntillazo a los medios (y periodistas) que nos parece clave: “no se pueden ir de donde nunca han estado”.
Como argumento, Amado destacó que los grandes medios tenían muchísimos seguidores, pero que los niveles de lectura de sus publicaciones eran bajísimos. Y más baja aún la interacción, con lo que iluminó algo medular: el desaprovechamiento de la potencia dialógica de las plataformas.
Si algo cambió con las tecnologías interactivas fue el modelo de comunicación, pero aunque ellas posibiliten el intercambio entre nosotros y, en el caso de los medios y periodistas, el diálogo con sus audiencias, esto no ha sido explotado. Como ha dicho Amado, “las plataformas se siguen usando como un megáfono”.
No se abandona un terreno si esto conlleva la pérdida de algo valioso. Cultivar una red, no de seguidores, sino de personas con quienes entablar diálogos enriquecedores —sobre todo aquellos no exentos de polémica—, supone una vocación de escucha, además de la inversión de tiempo. Quienes lo han hecho, desafiando los algoritmos, dudan en irse. Por ello, en estos días otra pregunta ronda en X: Y ustedes, ¿a dónde se están yendo?
Lamentablemente, así como cuando nos mudamos de barriada no podemos llevarnos a nuestros mejores vecinos, cuando migramos a otra red no nos podemos llevar a la comunidad que hemos construido. Pero ese tema, la interoperabilidad entre las redes (que tecnológica y políticamente no es menor), queda para otro artículo.
Publicado originalmente en el diario La Prensa el 09/12/2024
Investigadora del CIEPS. Periodista con maestría en Tecnologías de la Información (TIC) y Doctora en Ciencias Humanas. Profesora e investigadora emérita de la Universidad de Los Andes (Venezuela). Consultora en temas relacionados con la libertad de expresión e información en el entorno digital, y con las TIC para el desarrollo.
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