Por Jon Subinas y Sergio García Rendón, originalmente para Agenda Pública.

 

Después de tres décadas desde la transición a la democracia en América Latina, existen importantes señales de fatiga democrática. Los resultados del Latinobarómetro 2020 son de gran ayuda para detectar las causas del debilitamiento de las democracias de la región. A pesar de haber mejorado respecto a 2018, es preocupante que sólo la mitad de las personas encuestadas apoyan la democracia. En un artículo en The Economist (9 de octubre de 2020) y en el propio ‘Informe Latinobarómetro 2021’ se ha afirmado que, entre los perfiles encuestados, las personas de clase alta se encuentran más distantes de los valores democráticos. Esto tiene una especial relevancia porque, siguiendo los argumentos Levitsky y Ziblatt en Cómo mueren las democracias, el rol de las élites es fundamental para el buen desempeño democrático.

El núcleo del problema respecto a la afirmación de que las clases altas son las que se sienten más distantes de la democracia es establecer a qué clase social se pertenece. En este caso se está utilizando la auto-identificación, la llamada clase social subjetiva (variable S1), una aproximación que presenta serias inconsistencias a la hora de reflejar de manera adecuada la posición de las personas. Que siete de cada 10 individuos encuestados manifiesten pertenecer a las clases medias (media-baja, media-media y media-alta) en América Latina, la región más desigual del mundo (Oxfam 2015; OCDE 2017 y Cepal 2019), evidencia las inconsistencias que provoca estratificar por medio de esta variable. La auto-identificación de clase puede ser importante como un dato que abra la discusión sobre aspectos aspiracionales o simbólicos, de cómo se auto-presentan las personas en la vida social, pero se queda corta para señalar la verdadera distribución social y económica de las personas.

¿Cómo podemos saber entonces si las personas de las clases altas latinoamericanas apoyan o no la democracia? Una posible vía está en el mismo Latinobarómetro, utilizando las preguntas relacionadas con la posesión de bienes y servicios. La encuesta pide a las personas que numeren la posesión de una serie de bienes y servicios listados en una batería de 14 variables que van desde necesidades básicas para la vida, como es el acceso al agua potable, hasta instrumentos fundamentales para estar conectados en nuestras sociedades, como es un smartphone o disponer de una computadora. De acuerdo con la cantidad de bienes y servicios que la persona dice tener, se la puede ubicar dentro de una escala social más objetiva que la de su propia auto-identificación para determinar la situación social. Alguien que posee entre 0 y 6 de estos bienes y servicios padece varias carencias básicas, otra con 7/9 sufre alguna carencia básica, y la que tenga de 10 o más no.

La relación entre el bienestar y la democracia

Los resultados de cruzar esta pregunta con la posición ante la democracia (variable P10STGBS) revelan resultados completamente opuestos a los afirmados por el informe del Latinobarómtro y por el artículo de The Economist: las personas con mayor cantidad de bienes y servicios son las que más seleccionaron la democracia como mejor forma de gobierno, mientras que los individuos con menor cantidad sienten una mayor desafección por la democracia.

Gráfico 1.- Cruce del apoyo a la democracia según la disponibilidad de bienes y servicios. Fuente: Latinobarómetro 2020. Nota: en azul, los que opinan que ‘la democracia es preferible a cualquier otra forma de gobierno’; en naranja, ‘en algunas circunstancias, un Gobierno puede ser preferible a uno democrática’; y en gris, ‘a la gente como uno, nos da lo mismo régimen democrático que uno no democrático’.

El apoyo a la democracia de quienes disponen de 10 o más bienes y servicios es superior en 17 puntos al de quienes tienen menos (de 0 a 6). A su vez, estos últimos manifiestan en mayor medida (16 puntos m´ás que los más acomodados) que “a la gente como uno, nos da lo mismo un régimen democrático que uno no democrático”. Estos datos indican que, en contra de lo planteado por el Latinobarómetro y The Economist, son los sectores más vulnerables los que están más desvinculados de la democracia.

Estos datos coinciden con los resultados del Latin America Public Opinion Project (Lapop) de 2018, y a escala nacional con la II Encuesta de Ciudadanía y Derechos del Centro Internacional de Estudios Políticos y Sociales (Cieps) de Panamá. En cuanto al primero, los que disponen de 10 o más bienes y servicios apoyan la democracia 13 puntos más que los que disponen de menos (de 0 a 6), y en el caso de Cieps quienes disfrutan de mayor bienestar apoyan el modelo democrático en una cuantía de 19 puntos más.

El bienestar implica el acceso a recursos y servicios básicos para la vida en sociedad, que están relacionados con los derechos sociales (salud, educación, ingresos mínimos, cultura, etc.). Este enfoque sigue los planteamientos de sociólogos británicos como Marshall y Bottemore en los años 50 y 60, así como al trabajo de autores como O´’Donnell o Schmitter, que en los años 80 y 90 planteaban la importancia que tenía la igualdad económica y el acceso a unos mínimos de bienestar para el desarrollo del proyecto democrático en América Latina. Este listado de 14 bienes y servicios de Latinobarómetro pueden servir de aproximación para establecer estos mínimos de bienestar necesarios para la vida en sociedad y, por extensión para el funcionamiento de la democracia.

El hallazgo no responsabiliza a los grupos vulnerables por la erosión de la democracia en América Latina. Lejos de ello, este enfoque tiene implicaciones metodológicas y políticas que apuntan hacia la necesidad de un cambio de paradigma para abordar los problemas democráticos. Por un lado, después de la tercera ola de transiciones se hizo énfasis en la calidad de las instituciones como elemento central para la consolidación democrática, relegando a un segundo plano asuntos como la pobreza y la desigualdad, casi como asuntos ajenos a los estudios sobre la democracia. Esta premisa se vio reflejada incluso en los estudios de opinión.

Por otro lado, posiblemente la democracia ha estado incumpliendo su promesa de bienestar, que es lo que al fin al cabo importa a las personas y, por eso, se desencantan con ella. En todo caso, se trataría de rescatar la noción de ‘bienestar’ para la investigación académica sobre la democracia y para la gestión política, que fue bien recogida en el espíritu de la célebre frase del ex presidente Raúl Alfonsín cuando planteó que «con la democracia no sólo se vota, sino que también se come, se educa y se cura».