La pandemia ha desnudado vergüenzas y las ha agravado. Entre ellas destacan las condiciones de explotación, desprotección y falta de reconocimiento de quienes realizan los trabajos esenciales para mantener la vida, entre ellos, los trabajos domésticos y de cuidados, asumidos en su mayor parte por las mujeres en casas propias y ajenas. Según la OIT, las mujeres dedican el triple de horas que los hombres al trabajo de cuidados y representan dos terceras partes de quienes realizan este trabajo de manera remunerada (OIT, 2018). Son vergüenzas agravadas durante el confinamiento y el cierre de escuelas –como medidas adoptadas por el gobierno ante la pandemia– porque la carga y el estrés del trabajo doméstico y de cuidados se intensificaron, sin que se produjera al mismo tiempo una distribución más equitativa en ellos. Es también una vergüenza que quienes se dedican de manera remunerada a estos trabajos cuenten con las peores condiciones laborales, sin ningún tipo de protección ante una crisis como la que enfrentamos actualmente.

Ya se venía hablando de la existencia de una “crisis de los cuidados” (Pérez-Orozco, 2006) para hacer referencia a la creciente incorporación de las mujeres al mercado laboral sin que al mismo tiempo los hombres empezaran a ocuparse más del hogar y los cuidados de las personas dependientes (sus propios hijos/as y otros familiares con necesidades de atención), así como sin que el Estado y el sector privado asumieran también su parte para el desarrollo de estos trabajos fundamentales. En otro texto denominábamos estas como las “ausencias críticas” en la organización de los cuidados, destacando que todavía el Estado y el mercado descargan los cuidados en los hogares y, dentro de éstos, los hombres en las mujeres[1]. Algunas mujeres han venido resolviendo esas ausencias críticas entre ellas: la abuela que cuida de los/as nietos/as o la empleada doméstica, suponen una transferencia de cuidados entre unas mujeres y otras, esta última muy determinada por las diferencias de clase social entre las propias mujeres. Esta crisis de los cuidados la veníamos arrastrando silenciosamente, ocultándola en las espaldas de las mujeres, y aunque había sido sobradamente estudiada y evidenciada, recibió muy poca respuesta por quienes debían asumir algún papel en todo esto.

Sobre esta situación de crisis se instala una nueva, la que nos deja una pandemia con gran impacto social, entre otras razones, por el incremento de las responsabilidades domésticas y familiares en los hogares, y particularmente en las mujeres dentro de estos (OEA/CIM, 2020).  El “quédate en casa” asumió que es posible teletrabajar, educar, limpiar, cocinar y cuidar al mismo tiempo, y que en las casas había quienes contaban con condiciones, tiempo y ganas de asumir esa conciliación (Palomar-Verea, 2020). Una conciliación que ha recaído fundamentalmente en quienes ya la venían asumiendo antes de la pandemia y con muchísimas dificultades. Así lo demuestran estudios realizados en varios países, cuyos resultados revelan que, a pesar de que muchos hombres han asumido más tareas en el hogar relativas al trabajo doméstico y a los cuidados, este incremento ha sido mucho menor que el que han asumido las mujeres en el contexto del COVID-19 (Farré y González, 2020; Carlson et al., 2020).

Esta “crisis sobre la crisis” en la que nos coloca la pandemia, ha roto el frágil equilibro en el que se sostenía la organización social de los cuidados, evidenciando que vivíamos en el espejismo de la conciliación de la vida personal, familiar y laboral, pero sobre todo ha revelado la falta de corresponsabilidad. Es en este escenario de crisis superpuesta donde surge la necesidad de plantear medidas que permitan una nueva organización social de los cuidados, basada en su redistribución.

Sin dejar de reconocer la necesidad o la importancia de la conciliación, a la que se hace referencia insistentemente en estos tiempos de teletrabajo y tele-escuela, lo cierto es que tanto su concepción como su práctica han demostrado hasta ahora un bajo impacto en mejorar la situación para las mujeres, así como los niveles de igualdad de género (OEA/OIM, 2020). Gran parte del análisis sobre la desigualdad de género en el mundo laboral ubica a los cuidados y el trabajo doméstico como “obstáculos” para alcanzar mejores niveles de igualdad entre hombres y mujeres, algo que Nelva Araúz, investigadora del CIEPS, ya ha señalado.

Las voces más críticas incluso afirman que la conciliación es un mito y una trampa. Un mito porque es imposible criar y trabajar al mismo tiempo, y una trampa, pues las escasas medidas dirigidas a la conciliación son planteadas para que las mujeres puedan hacer posible lo imposible, trabajando y cuidando al mismo tiempo. Son concebidas para que la incorporación de las mujeres al mundo laboral no implique desatender las responsabilidades que les fueron tradicionalmente asignadas en el hogar. La práctica de las medidas de conciliación (reducción de jornada, horario flexible o permisos de maternidad/paternidad[1]) son reveladoras en este sentido, pues son las mujeres las que suelen acogerse a ellas en mucha mayor proporción que los hombres, mostrando así la incapacidad de estas medidas para generar transformaciones en los roles de género y sus desigualdades.

Un estudio sobre el tema muestra que la conciliación en Panamá es cosa de mujeres, porque siguen siendo ellas quienes asumen la mayor parte de las responsabilidades domésticas y de cuidados (Rodríguez, 2017). Sería distinto y tendría otros impactos si se planteara en un contexto de redistribución de dichas responsabilidades entre familias, Estado y mercado, abordando la conciliación como un problema público más que como problema de las mujeres. Permisos de paternidad igualitarios o mayores recursos y servicios públicos de atención y cuidados a menores y personas dependientes, son solo algunas de las propuestas de corresponsabilidad como condición para la conciliación.

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Referencias Bibliográficas

Carlson, D. L., Petts, R., & Pepin, J. R. (2020). Changes in Parents’ Domestic Labor During the COVID-19 Pandemic. https://doi.org/10.31235/osf.io/jy8fn

Farré, L. & L. González. (2020). ¿Quién se encarga de las tareas domésticas durante el confinamiento? Covid-19, mercado de trabajo y uso del tiempo en el hogar. Nada es Gratis, 23 April 2020. https://nadaesgratis.es/admin/quien-se-encarga-de-las-tareas-domesticas

[1] En Panamá, la licencia por maternidad es de 14 semanas, mientras que la licencia de paternidad es de 3 días.