¿Por qué aparecen las movilizaciones a gran escala en sociedades en donde hacía mucho no tenían lugar esos fenómenos? ¿Por qué fue que en Panamá sucedieron las protestas de julio de 2022 y de octubre y noviembre de 2023, si por durante un buen tiempo pareció que ninguno de los numerosos problemas panameños ameritó episodios así? 

Las ciencias sociales nos responden con diferentes enfoques sobre cómo se activan estas movilizaciones. Una de las más antiguas es la que atribuía el fenómeno a los impulsos irracionales, a una masa sin control que periódicamente iba a irrumpir con su desorden, tal y como la temprana visión que Gino Germani tuvo del populismo de Perón y sus descamisados en Argentina. En esta visión la movilización social tiene que ser controlada y suprimida, pues solo el orden debe tener lugar. 

Otra de las perspectivas, proveniente de Ranciere, es la que ya abordamos Jon Subinas y yo en un artículo sobre las movilizaciones de julio de 2022 en Panamá. En ella se concibe que el espacio político tiene un orden determinado que siempre incluye unos y no a otros, y que existen momentos inesperados, abruptos, en que las placas tectónicas de la sociedad se reacomodan para incluir a unos que estaban fuera del juego, proponiendo así un nuevo orden que se sostendrá por un tiempo determinado. 

Sin embargo quiero hablar ahora de dos visiones teóricas propias de la sociología política. La primera es la de la privación relativa, que está centrada en las condiciones de estrés y descontento a nivel individual como la causa principal de la aparición de las grandes movilizaciones sociales. La segunda es la de la movilización de recursos, que por el contrario pone su acento en la capacidad de los miembros de los movimientos sociales para obtener y manipular recursos a favor de la movilización o protesta. Para quienes alguna vez han tenido el gusto de leer novelas o cuentos de Agatha Christie, estas dos perspectivas corresponden casi a la vieja pareja de motivo y oportunidad. Para que alguno de los personajes sea el asesino tiene que haber tenido ambos, tanto la razón para cometer el asesinato como el momento propicio para haberlo cometido. 

En cuanto a la primera perspectiva, la del motivo, su concepto central, la privación relativa, se refiere a la percepción entre los ciudadanos de una brecha entre lo que esperan en términos de valores (los bienes y condiciones que creen merecer) y lo que creen que en efecto son capaces de conseguir y mantener. Este concepto incluye tanto la percepción de discriminación económica como la percepción de discriminación política.  

En Panamá, uno de los países más desiguales en términos económicos en la región y en el mundo, y donde el sistema político está compuesto por un escenario partidista y electoral en el que incluso las plazas que debieran ir a candidatos independientes van a miembros de los partidos tradicionales, siempre podríamos estar hablando de una privación relativa elevada entre la mayoría de la población. Desde este enfoque motivo siempre parece haber existido, agravado seguramente por la desaceleración económica, los agravios en particular de la emergencia sanitaria durante la pandemia y la baja percepción de un gobierno que va de salida. 

En cuanto a la segunda, la de la oportunidad, el problema aquí no es el motivo para movilizarse, que siempre va a existir en una sociedad plural y moderna, sino de las oportunidades y recursos que permiten que los ciudadanos que han querido movilizarse finalmente lo hagan. Tengamos en cuenta que salir a la calle por varios días tiene altísimos costos para las personas, tanto físicos como económicos, entonces ¿cómo es que grandes multitudes deciden por fin hacerlo y no antes o después? Esta visión cree que la respuesta está en los cambios en la capacidad interna y externa que los grupos y movimientos sociales tienen. Internamente puede haber cambios de liderazgo, de organización y nuevas herramientas tecnológicas (el internet, por ejemplo). Externamente puede haber nuevos accesos institucionales, alineamientos inestables entre las élites en momentos electorales, nuevos aliados entre las élites o cambios en el nivel de represión del Estado. 

En Panamá parece haber un momento de alineamientos inestables entre élites, un cambio entre lo viejo y lo nuevo en términos de representación política. El sistema de partidos que desde la transición mantuvo casi la misma configuración, solo con la inclusión de un tercero entre 2009 y 2014, parece ahora asomarse a la fase de crisis que el resto de la región ya ha experimentado. Una fase de más fragmentación, de organizaciones más dependientes de liderazgos personalistas y sujeta a estrategias populistas. 

Siendo así, Motivo y oportunidad parecen confluir ahora mismo en Panamá. Unas demandas de inclusión política, económica y social, y un momento en que los viejos vehículos partidistas parecen haberse agotado como canales de representación, con todo y sus estructuras clientelares y de patronazgo. Me parece una buena pregunta si la llegada de un nuevo presidente será suficiente para que dejen de estar ahí. 

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Publicado originalmente en el diario La Prensa el 8 de abril de 2024.