La semana pasada visité el norte de Serbia para un congreso científico. Después de un largo día de simposios decidí hacer una caminata hasta una playa urbana ubicada a las orillas del río Danubio. Inmediatamente, sentí cómo el peso del día se esfumaba. Esta sensación no es algo nuevo, y de hecho es una reacción que ha sido extensamente estudiada. Pasar tiempo cerca de cuerpos de agua, como ríos, lagos, pero sobre todo el mar, tiene beneficios comprobados para la salud.
Diversos estudios muestran que la exposición a espacios costeros mejora significativamente la salud mental. Un metaanálisis que incluyó 18 países demostró que las visitas recreativas a espacios azules se relacionan con mayor bienestar positivo y menor malestar mental. En adultos mayores, una revisión sistemática del 2024 señala una correlación entre la proximidad a estos espacios azules y mejoras en salud mental, física y calidad de vida . Además, un análisis sistemático de 50 estudios identificó mecanismos clave: mayor actividad física, restauración psicológica y mejora en el entorno ambiental, todos potenciados por la cercanía al agua.
Otro importante beneficio de estos espacios azules públicos es el de reforzar el sentido de comunidad. Estas playas urbanas brindan un espacio sano para familias y amigos de distintos grupos etarios. En mi visita observé muchos grupos de adultos mayores, manteniéndose física y mentalmente activos. Estos espacios azules son tan importantes para el bienestar humano como los parques y áreas verdes.
No pude dejar de pensar en como Panamá, un país privilegiado con costas sobre dos océanos y una capital abrazada por el Pacífico, nos hemos alejado de este importante recurso. Si bien hay diferentes factores influencian esta cultura de pasar tiempo junto al agua en Europa, por ejemplo las largas horas de luz solar en el verano, permitiendo a familias disfrutar de este recurso natural después de los horarios laborales, infraestructura que está diseñada para facilitar el acceso a la playa, adicionales espacios verdes de ocio, incluso me sorprendió enterarme que las sillas de playa de uno de los restaurantes a lo largo del río eran de uso gratuito.
En la ciudad de Panamá tenemos espacios “cerca” del mar, como la cinta costera y la calzada de Amador, los cuales son frecuentados diariamente. Sin embargo, llegar a estas áreas no es tan accesible por transporte público, mucho menos caminable; también hay problemas de inseguridad, limitando el uso de estas a ciertas horas del día o los fines de semana.
La mayor barrera al uso de la bahía de Panamá como espacio de esparcimiento ha sido su tratamiento histórico como un vertedero: víctima del descuido institucional, la contaminación y la desidia política. Esta desconexión no es solo ambiental, sino también cultural. Mientras que en otras ciudades costeras del mundo los ciudadanos se apropian de sus playas, muelles y bordes marítimos, en Panamá seguimos sin fomentar una cultura de vida costera urbana. Y lo más preocupante: fuera de la ciudad, en nuestras costas más limpias, el acceso a muchas playas se ha ido restringiendo, ya no por la falta de infraestructura, sino por la privatización.
Casos como Coronado, Buenaventura y muchas otras playas del Pacífico reflejan una tendencia alarmante: grandes desarrollos turísticos y residenciales de lujo que bloquean el acceso libre a las playas. Aunque legalmente las playas son bienes públicos, en la práctica están siendo apropiadas por élites económicas. Los ciudadanos comunes se enfrentan a portones cerrados, guardias privados y limitaciones para disfrutar de lo que les pertenece por derecho.
Esto no debería ser normal. El acceso a las playas debe ser garantizado por el Estado como parte del derecho a un entorno sano, a la recreación y al uso equitativo de los recursos naturales. La falta de regulación efectiva y la complicidad de autoridades locales permiten que este derecho sea vulnerado una y otra vez. Es necesario un compromiso político firme para recuperar estos espacios, crear accesos públicos reales y hacer cumplir las leyes existentes. No se trata de expropiar, sino de equilibrar el interés privado con el bien común.
En la ciudad, el problema no es la falta de costa. De Punta Pacífica a Amador, pasando por San Felipe, Bella Vista y el Casco Antiguo, el litoral urbano tiene un potencial extraordinario. El problema está en las prioridades. Nuestros gobernantes rara vez ven el mar como una oportunidad para mejorar la calidad de vida urbana. Aunque se han desarrollado iniciativas puntuales como el proyecto de Saneamiento de la Bahía o la construcción de franjas costeras recreativas, invertir sostenidamente en el acceso público al mar, en deportes acuáticos o en actividades recreativas en playas urbanas sigue sin ser una prioridad clara en la agenda política.
Necesitamos cambios en nuestra infraestructura urbana para facilitar el acceso al mar. También debemos invertir en educación temprana para la conservación de este valioso recurso. Aspirar a tener una población más conectada con su entorno azul resultará en un Panamá más saludable, más activo y más consciente del cuidado ambiental.
La ciudad de Panamá —y sus playas en todo el país— tiene todo lo necesario para ser un espacio de bienestar y ciudadanía. Solo falta que decidamos mirar al mar.
Publicado inicialmente en el diario La Prensa.

Doctora en Investigación de los Servicios de la Salud por la University of Arkansas for Medical Sciences, con especialización postdoctoral en investigación participativa comunitaria de la University of Maryland, Baltimore. Su investigación se centra en las desigualdades sociales en el acceso, entrega y resultados de la atención médica. Ha trabajado como investigadora cualitativa senior en Johns Hopkins University.
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