Ha muerto Cormac McCarthy, quien probablemente sea el mejor escritor estadounidense de su tiempo. Una parte de su novela «En la frontera», podría iluminar algunos de nuestros debates: describe magistralmente a un chico sosteniendo el cuerpo inerte de la loba con la que había creado un vínculo.

McCarthy deja claro que no hay nada por hacer: la vida no puede ser replicada ni reemplazada por nada más; nunca vuelve una vez que nos deja. Insiste en que no solo se apaga el cuerpo, sino también la fuerza vital, el sentido y el aliento que se pasea sobre ese armazón.

Pienso que «En la frontera» ayuda a pensar -y podría ayudarnos a hablar- la democracia en Panamá.

La democracia moderna implica también un cuerpo: la estructura institucional creada para que la competencia por el poder público tenga garantías de igualdad y libertad. Como politólogos discutimos sobre la calidad de esos cimientos y sobre la forma en que ellos pueden quedar mejor balanceados si se pone una cosa en un lugar en vez de otra. Incluso tenemos competencias donde asignamos puntajes a los andamiajes y le decimos al resto del mundo cuáles son más sólidos y cuáles parecen no resistir.

Como hemos señalado en el blog del CIEPS, en estos concursos el edificio democrático panameño parece ir mejor que otros del resto de la región: está por encima de la media Índice de Democracia de la Unidad de Inteligencia de The Economist, con un índice de 6.9. Eso no tiene porqué detener la discusión sobre el andamiaje, ya que una vista más detenida y cercana puede advertir sobre la existencia de numerosos problemas a atender.

Pero por hoy hablemos de la vida de esa democracia, del aliento que se supone contenido en el cuerpo, pues de nada nos sirve tener el mejor edificio e instituciones democráticas si la ciudadanía no las transita ni ocupa. Para eso sirve también la democracia, para que la ciudadanía dispute las visiones sobre la dirección de lo público, sobre el rumbo que se quiere tomar como sociedad. Es el quién recibe qué, cómo, cuándo y por qué que David Easton llama la política.

Pues bien, los datos de la reciente encuesta del CIEPS, que están por salir a la luz, presentan un panorama desalentador sobre el estado de esa vida interna del cuerpo institucional, de la forma en que la ciudadanía se vincula con lo que debiera competerle. Cuando se le preguntó a la ciudadanía por la valoración que tenían de algunos actores y organizaciones, se encontró que los actores que tienen que ver con la actividad política en un sentido más tradicional son los peor valorados: los partidos políticos, el gobierno y los sindicatos. Asimismo, la ciudadanía percibe a estos actores como los menos influyentes.

Justo estos actores son los que protagonizan la política, por lo que si la ciudadanía no los ve con buenos ojos y no cree que influyan mucho entonces estamos hablando de una estructura y un cuerpo bonitos (democracia) que no tiene una vida saludable corriendo dentro (una discusión e involucramiento ciudadano en lo público, lo que es de todos). ¿A qué se debe esto de no valorar y creer útiles los actores vinculados con la política, lo que se supone el aliento de la democracia? La respuesta supera el espacio que se tiene, pero hay al menos tres hipótesis para pensar, que no son excluyentes y de hecho son susceptibles de estar relacionadas entre ellas.

Primero, Panamá tiene una trayectoria histórica que imprimió la lógica de lugar de tránsito, un intermediario comercial y logístico en el que el orden económico prima sobre lo político y es incuestionable. Segundo, la ciudadanía sufre de un deterioro en términos de lo que se conoce, se discute y se privilegia como importante, algo en lo que inciden los medios de comunicación y la ausencia de espacios de discusión sobre lo público. Finalmente, junto al edificio de la democracia ha crecido una fuerte enredadera de arreglos y soluciones particulares que utilizan recursos públicos, que va desde arriba hacia abajo y que es boyante en ciclos económicos buenos, pero que como justo ahora se agrieta y se pone en cuestión en ciclos más exigentes. La consecuencia de tal dinámica es que la vida al interior de la estructura ya está repartida, no hay nada por disputar en ese orden.

Por todo eso la ciudadanía y su involucramiento político, la vida de la estructura democrática, está en condiciones que requieren atención. Como sostiene McCarthy en «En la frontera», nada reemplaza el espíritu de la vida, el aliento que corre y recorre el cuerpo. No hay vida sin espíritu y no hay sociedad que pueda funcionar sin ese aliento.

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Originalmente publicado en el diario La Prensa el 24 de julio de 2023.