La desinformación es tan vieja como la política, pero ha ganado notoriedad debido a la digitalización. Sin duda, constituye una industria emergente con saldos económicos, políticos y geoestratégicos. No obstante, aunque existe una enorme cantidad de estudios científicos sobre el rol de las redes sociales y las decisiones algorítmicas, no hay resultados incontestables sobre sus efectos en las actitudes políticas y en la democracia.

En Panamá, a las puertas de unas elecciones generales y a pesar de la existencia del Pacto Ético Digital, la renovada aparición del fenómeno ha quedado en evidencia tanto en indagaciones periodísticas como en la reciente actuación del Tribunal Electoral, que ha actuado oportunamente al admitir un reclamo con base en lo dispuesto en el artículo 288 del Código que rige la materia.

Nótese que cuando hablamos de desinformación no nos referimos a Fake News. La razón por la que desechamos el vocablo es porque, además de ser un oxímoron (si es falsa no puede ser noticia), se maneja como un comodín para minar la credibilidad de la prensa. La expresión forma parte del vocabulario de ciertos actores políticos; la usan cuando se dirigen directamente a la población —a través conferencias de prensa cerradas, redes sociales, aplicaciones de mensajería, y talk shows — para denigrar a los medios y esquivar la verificación del discurso público, base fundamental del método periodístico.

Una pieza desinformativa no es un bulo cualquiera. Según Wardle y Derakhshan, es un contenido falso creado deliberadamente con la intención de causar daño o de sacar algún tipo de ventaja. Usualmente forma parte de una campaña orquestada con un fin muy preciso. Según muestra el investigador Ernesto Calvo, las que se desarrollaron en EEUU y Brasil dirigidas a deslegitimar los resultados electorales prepararon el terreno para el asalto que posteriormente sufrieron ambos congresos. Sin embargo, no se trata solo de redes sociales. En el caso de EEUU, por ejemplo, también participó activamente un canal de TV por suscripción. Detrás del fenómeno existen otros elementos, pero este artículo no apunta tan hondo.

Lo que nos interesa señalar aquí, como contracara de esta anomalía, es la urgencia de revalorizar el papel de la prensa y del periodismo como claves para el ejercicio ciudadano del derecho a la información. La desinformación ya forma parte del paisaje y dentro de este entorno la gente se ha vuelto radicalmente escéptica. Se desconfía de todo, incluso de las fuentes legítimas de información.

La desinformación tiene efectos perniciosos en la sostenibilidad del periodismo pues contribuye a menoscabar la credibilidad de los medios y provoca que las personas eviten las noticias, como vienen registrando a escala global los resultados del Digital News Report del Centro de Estudios de Periodismo de la Universidad de Oxford.

Panamá no escapa de esta tendencia. Los hallazgos de la Encuesta del CIEPS que serán pronto publicados revelan que en el país la desconfianza en los medios es generalizada y que los medios tradicionales están perdiendo audiencia. Sólo crecen las redes sociales.

¿Cómo actuar en este escenario en un periodo, como el electoral, donde la información es absolutamente crucial? La respuesta más “simple” es: no desinformar, decir la verdad, pero este es un término esquivo. Por lo mismo, en periodismo no se entiende como un absoluto, sino como el relato que se construye con los hechos sometidos a verificación, con el análisis metódico de los datos, las fuentes, las versiones y el contexto que permite discernir lo irrefutable de todo lo demás (información errónea, incompleta, sesgada…) de manera justa y honesta, con ánimo de servicio público.

Estudios comparativos hallaron que durante la emergencia sanitaria los medios tradicionales se habían revalorizado y que se había producido una reconexión entre los ciudadanos y las noticias. Las audiencias acudieron a ellos en búsqueda de información de calidad para tomar  decisiones acertadas sobre su salud. Pasada la pandemia, ese vínculo se rompió. Esta evidencia podría confirmar lo que destaca Adriana Amado, que la confianza es un premio que se gana con lentitud y se pierde en un instante.

Los medios de comunicación sólo pueden cumplir con su rol si las personas confían en ellos. Contrarrestar la desinformación y recuperar la confianza no parecen tareas imposibles, pero para ello parece necesario introducir en la agenda pública la idea de que la información de calidad, el periodismo, es un bien público y estratégico para la democracia que debemos cuidar y preservar.

Desmantelar las campañas desinformativas, señalar a sus responsables, rotular los bulos con etiquetas que los identifican como fake news son tareas nobles y necesarias. Al fin y al cabo, eso también es información de calidad, pero lamentablemente publicada a posteriori.  Ganar en esa pista es casi imposible. A la desinformación se le debe cerrar el paso antes de que ocurra. Ello implica más y mejor periodismo. Las audiencias lo recompensan con confianza y lealtad.