La brecha de desigualdad de género se ve reflejada en todos los ámbitos de la vida de las mujeres; no obstante, la base sobre la cual se mantienen estas inequidades atiende a la división sexual del trabajo (Pateman, 1995), ya que constituye un factor estructural de la pobreza y determina las oportunidades que tienen las personas de distinto sexo para acceder a recursos materiales y sociales, así como a la toma de decisiones y a la participación en el ámbito de la política, la economía y las normas sociales (Bravo, 1998).

Si bien las sociedades han avanzado en el reconocimiento de las desigualdades y se han propuesto políticas de igualdad de género, la división sexual del trabajo mantiene a las mujeres como principales responsables del trabajo doméstico y en posiciones de subordinación. Esta distribución del trabajo ha llevado a usos del tiempo diferenciados entre hombres y mujeres, en la medida en que esta dimensión expresa desigualdades para el desarrollo de las capacidades y oportunidades (Scuro, 2009).

En un sentido amplio, por economía del cuidado se entienden las actividades y prácticas necesarias para la supervivencia cotidiana de las personas en la sociedad en que viven (Rodríguez, 2015). Arriagada (2010) explica que estas actividades y prácticas son las que comprenden la gestión y la generación de recursos para el mantenimiento cotidiano de la vida y la salud, así como la provisión diaria de bienestar físico y emocional, que satisfacen las necesidades de las personas a lo largo de todo el ciclo vital. Es decir, son los bienes, servicios y actividades que permiten a las personas alimentarse, educarse, estar sanas y vivir en un ambiente propicio.

A pesar de que las actividades descritas constituyen la piedra angular de la economía y de la sociedad (Esquivel, 2015), este trabajo es realizado generalmente por mujeres, en condiciones de gratuidad, basadas en relaciones de parentesco y/o afecto, y se ha naturalizado como una obligación que se espera cumplan las mujeres, por lo que no cuenta con la valorización, el prestigio y el poder que se asigna al trabajo remunerado (Quiroga, 2011).

¿Quién se encarga de los cuidados?

Lo afirmado anteriormente encuentra correspondencia con los hallazgos de la Encuesta CIEPS de ciudadanía y derechos (2019). Ante la pregunta “¿Quién se encarga la mayor parte del tiempo de los cuidados de niños, niñas, personas enfermas y personas mayores?” la respuesta resultó abrumadora en el caso de las mujeres, entre las cuales el 70.6% afirmaron que se ocupan de las tareas de cuidado, frente a solo el 26.5% de los hombres que indicaron hacerse cargo de dichas tareas.

Esta respuesta es alta con independencia de si las mujeres se dedican o no a una actividad remunerada (profesional o el ejercicio de un oficio). Si bien el aumento del nivel de estudio representa cierto alivio de la carga doméstica y de cuidados para las mujeres, no representa un aumento significativo de ésta para los hombres y esta realidad atraviesa toda la vida de las mujeres, tal como se muestra a continuación:

Como se aprecia en el gráfico, la participación de los hombres en las labores de cuidado de otras personas es muy baja. Incrementa un poco cuando han dejado su actividad productiva y se han retirado del trabajo remunerado; sin embargo, aun así, son las mujeres quienes llevan la mayor carga o responsabilidad en cuanto al cuidado.

Se evidencia también que, si bien la mujer contemporánea ha irrumpido de una mayor forma en la economía y en el trabajo en los últimos años, el hombre no ha transformado lo suficiente su relación con las mujeres, su corresponsabilidad y su posicionamiento en los espacios domésticos, laborales e institucionales, con lo cual las mujeres continúan asumiendo la doble carga, tanto de los cuidados en el seno de las familias (o trabajo no remunerado), como la del trabajo remunerado, desempeñando un rol productivo y reproductivo en la sociedad.

Uso del tiempo

Según la Encuesta del uso del tiempo del INEC (2011), del total de las personas que realizaban actividades domésticas, la mayoría eran mujeres. Los datos refieren que, de la ponderación del tipo de actividad más el tiempo que hombres y mujeres dedicaban a labores domésticas, las mujeres lo hacían en un 72.1 % versus un 37.1% los hombres. Aunado a ello, pese a que los límites del cuidado son difíciles de establecer, se evidenció que las mujeres dedicaban 15:45 horas más a las actividades domésticas que los hombres: mientras ellos dedicaban 13:24 horas, las mujeres completaban unas 29:09 horas de trabajo doméstico y de cuidado  (INEC, 2011).

¿A quién se delega la actividad de cuidado?

En los casos en que la responsabilidad de los cuidados es delegada a una tercera persona, esa tercera persona suele ser otra mujer. Según la Encuesta CIEPS, 31.5% de los hombres expresaron que delegan esa responsabilidad a su cónyuge; un 9.4% a familiares hombres y un 24.6 % a familiares mujeres. 2.7% contrata los servicios de una trabajadora del hogar y un 1.7% contrata un centro de cuidados. Por su parte, las mujeres manifestaron delegar la responsabilidad de cuidado a su cónyuge en un 3.1%; a otros familiares hombres en un 5.6%, y a otras familiares mujeres en un 15.1%. Un 1.97% de las mujeres contrata los servicios de una trabajadora del hogar y solo un 1.1% contrata los servicios de un centro de cuidado o guardería.

En términos generales, las mujeres son –directa o indirectamente, por medio de redes familiares– quienes se encargan del trabajo de cuidado de personas dependientes de forma gratuita. Los datos también refieren el bajo porcentaje de personas que hacen uso de centros de cuidado, tanto de primera infancia como para otras personas dependientes, lo cual supone un área de estudio para determinar las causas, y si existen suficientes centros públicos en el país.

Consecuencias de la no corresponsabilidad / desigualdad

Atribuir a las mujeres el rol de cuidadoras mediante una reproducción de esta práctica, genera consecuencias en sus vidas y en la sociedad en general. Entre las consecuencias están:

  1. El trabajo de cuidado limita las posibilidades de que las mujeres puedan insertarse en la actividad económica. Según datos del INEC, del total de la población general económicamente activa (65.9%), un 78.4% son hombres y un 54.3% son mujeres. En el caso de la población que no es económicamente activa y que no piensa buscar trabajo en los seis meses subsiguientes, al momento de la encuesta el 3% manifestó que no buscaba trabajo porque no encontraba quién se ocupara de sus hijos e hijas, y un 24% expresó que el motivo era otras responsabilidades familiares. De ese total de personas (27%), el 98% son mujeres, frente al 2% que son hombres(INEC, 2019). Así, el trabajo no remunerado supone una limitación para que las mujeres puedan insertarse en la actividad económica.
  2. El que las mujeres no participen de la economía genera dependencia económica y, a su vez, más riesgo de vivir situaciones de violencia. Investigaciones han mostrado que niveles altos de dependencia económica de la mujer predicen la probabilidad de sufrir violencia psicológica o física por parte de su pareja (Valor y OTRAS, 2008) (Díaz y OTROS, 2015).
  3. La no corresponsabilidad de los cuidados genera consecuencias en la salud de las mujeres. Estudios refieren que el hecho de que las mujeres asuman el trabajo de cuidadoras no remuneradas en mayor medida que los hombres, genera impactos negativos en su salud (Roca y otros, 2000; García y otros, 2011; Larrañaga y otros, 2008). Siendo que entre los principales problemas de salud que enfrentan las cuidadoras están hipertensión, cansancio, dolor de espalda, irritación, afectación de la salud mental, aumento o disminución de peso, alteración de su vida familiar, alteración del sueño, sedentarismo, entre otros.
  4. Se reproducen los estereotipos de las responsabilidades del trabajo no remunerado, como labor que deben realizar las mujeres mediante la práctica del ejemplo. El hecho de que los trabajos de cuidado no sean corresponsales entre hombres y mujeres, hace que ese patrón, históricamente repetido, siga siendo el modelo para las nuevas generaciones.

Reflexión final

Es importante cambiar el abordaje de los cuidados. Se precisa crear una nueva organización de los cuidados, resignificándolos y entendiéndolos como derechos, tanto para las personas que reciben los cuidados, como para aquellas personas que brindan los cuidados. Estos no deben seguir siendo una cuestión de altruismo y sacrificio que se espera de las mujeres, sino un derecho y un deber tanto de las personas en general frente a otras como del Estado.

Resignificar los cuidados como derechos, implica incorporar los cuidados a los sistemas de protección social estatales y municipales como servicios esenciales. De modo que se generen las condiciones necesarias para que no sean un obstáculo para el desarrollo de la vida laboral, profesional, cultural ni social de las mujeres.

BIBLIOGRAFÍA

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Waring, M. (1988). If women counted, a new feminist economics. San Francisco : Harper & Row.

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Este artículo es un resumen de comunicación presentada por la autora en la V Cumbre de Agendas Locales de Género de la Unión Iberoamericana de Municipalistas, celebrada en septiembre – octubre de 2020.