Había todas las señales. Los estudios de opinión del Centro Internacional de Estudios Políticos y Sociales (Cieps) nos decían que la sensibilidad ambiental de la ciudadanía panameña es muy alta, hasta estar dispuesta a sacrificar indicadores económicos que en los últimos 30 años fueron convertidos en sentido común. Así lo indicó que el 64.9% de la población dijera que “hay que darle prioridad al medio ambiente, sin importar sus consecuencias negativas en el crecimiento económico” y que el 93.4% asegure que a un buen ciudadano le caracteriza “cuidar el medioambiente”.

También sucede que el 68.5% de la ciudadanía panameña piensa que “Panamá debe cambiar radicalmente”. Recordemos que en julio de 2022, el 75% apoyó las protestas que se dieron en todo el país. Estas señales, junto a que los partidos políticos y el Gobierno son los actores peor valorados, entre otras cosas, son elementos de lo que coloquialmente es llamado la “olla de presión”, que siempre se asegura va a estallar, pero no se sabe cuándo. Finalmente, el 22 de octubre de 2023, para ser exactos, estalló la olla y seguimos inmersos en su onda expansiva. ¿Por qué estalló qué ahora?

La filósofa política Margaret Canovan, en el libro The people, explica que el pueblo se construye a través de mitos que convocan, generan identidad y movilizan. Es decir, el pueblo no es un dato estadístico. Según Brown Araúz y Nevache en el libro El populismo en América Central, en Panamá el pueblo es producto de las luchas del siglo pasado por superar el “daño” y la humillación producida por la Zona del Canal.

Por lo tanto, el pueblo panameño es esencialmente soberanista y anti enclave, porque aprendió que su futuro, su posibilidad de perfeccionamiento y el desarrollo de todo su potencial, depende de la unidad e integridad del territorio panameño.

Desde la transición a la democracia en 1990, ha habido exclusión socioeconómica, muchos otros abusos ambientales e innumerables excesos en las instituciones políticas, pero en el momento que ambientalistas y diversos profesionales panameños calificaron vehementemente el nuevo contrato minero con First Quantum como un nuevo enclave llegó el “cuándo” del estallido de la olla de presión.

Esta es la excepcionalidad de lo que hemos vivido en las últimas semanas. Sólo así se entiende la masividad, transversalidad y unidad de las movilizaciones que sucedieron entre el 22 de octubre y el 5 de noviembre. No se trataba simplemente de gente en las calles, aunque fuera mucha; se trataba de la identidad histórica de “el soberano” movilizado que, habiendo sido traicionado su mandato, volvió para fijar límites.

Todos sabíamos que esto sucedería e, incluso, que debía suceder, porque no podíamos continuar como estábamos. ¿Cómo estábamos? Al menos desde el 2016, con el estallido de los Panama Papers como punto de inflexión, la reputación del país, los indicadores de democracia, de fortaleza institucional y desempeño económico no han parado de caer. Por eso no sorprende que en las elecciones de 2019 uno de los temas centrales de discusión fuera la necesidad de reformas constitucionales, que luego se promoviera una fallida reforma desde el Gobierno y que grupos civiles intentaran, sin éxito, recoger firmas para iniciar un proceso de reformas constitucionales.

En el blog del CIEPS, con una entrada titulada Los cortocircuitos de las reformas constitucionales, comenté que el gran problema de la reforma constitucional en Panamá no era metodológico, sino la ausencia de un actor con un proyecto político que necesitara y fuera capaz de empujar esa reforma. No pocas veces se ha dicho que, desde la recuperación del Canal Panamá, el país se había quedado sin un objetivo que lo uniera.

Con las movilizaciones de octubre y noviembre, el soberano renovó el proyecto del país cívica y contundentemente. Lo que sucedió tenía que pasar y pasó bien de la mano de los jóvenes –siempre la juventud. El nuevo proyecto político es la creación de riqueza en el marco de la protección del medioambiente, que ha sido resumido con el eslogan “el oro de Panamá es verde”. Es un proyecto político de generación de riqueza actualizado, porque nos vincula con las preocupaciones internacionales del siglo XXI acerca del cambio climático.

Ha habido la preocupación de que todo lo sucedido devenga en crisis económica y, en el peor de los casos, en una vuelta al autoritarismo. Pero las democracias también pueden transitar para mejor si nuestros dirigentes obedecen al soberano. Una ampliación de la comunidad política, en la que no se obstaculice la entrada de la juventud y el movimiento popular, unos nuevos valores del régimen político como el ambientalismo, pluralismo y solidaridad y unas reglas electorales cónsonas con esa comunidad política ampliada y nuevos valores nos darán una mejor democracia.

Habrá dificultades, sin duda, y nada será automático ni inmediato, pero podemos ser optimistas. Nos lo hemos ganado. El pueblo panameño nos ha puesto en la antesala de un mejor país.

El autor es doctor en ciencias políticas y sociología y director del Cieps