El español hablado en Latinoamérica es pródigo en expresiones tan ricas que en ocasiones bastan para ilustrar ideas complejas. Una de ellas es «dar papaya». No muy común en el habla panameña, pero extendida como los colombianos entre nosotros, su significado nos es familiar. Según el diccionario de americanismos, «dar papaya» significa darle la oportunidad a una persona para que tome ventaja sobre otra.

Es la expresión que nos ha frecuentado en estos días de protestas y movilizaciones, cuando se ha cuestionado la cobertura de los medios y el trabajo de los periodistas. Y es que, francamente, con ciertos comportamientos algunos dan papaya. De entrada, vale subrayar algunos porque las generalizaciones, además de odiosas, resultan siempre injustas. No los metamos a todos en el mismo saco. Empecemos por ahí.

Los medios tienen entre sus obligaciones vigilar el poder, pero eso no los exime del escrutinio público. Por el contrario, con esta práctica ciudadana se fortalece la democracia que todos estamos obligados a cuidar. Porque huelga decir que en otro tipo de régimen político los medios resultan piezas accesorias. Así mismo, los periodistas. Pero si la crítica aspira a ser constructiva, se debe recurrir al argumento, no al paredón. Por lo demás, ningún periodista debería ser víctima de hostigamiento o agresiones por el ejercicio de su oficio. En las formas está el fondo.

En consonancia con este asunto, la encuesta de Ciudadanía y Derechos del CIEPS ha venido registrando dos asuntos clave: una baja sensible en el apoyo a la democracia y una desconfianza progresiva en los medios de comunicación. Aunque no ha caído de su pedestal, pues sigue siendo el medio más consumido, la confianza en la televisión descendió del 51.5% al 46.1 % entre 2019 y 2023, vale decir, más de cinco puntos porcentuales. En la última ola se les preguntó a las personas sobre el porqué de esta desconfianza. La mayoría de las respuestas cabalgaron entre dos opciones: “porque no dicen la verdad” y “porque siempre hablan los mismos”.

¿Cómo interpretar esta percepción? Las respuestas dependerán del intérprete, pero lo cierto es que la falta de confianza está minando el rol de intermediación de los medios, algo crucial para la democracia pues implica la verificación y el chequeo de los hechos y del discurso público. Por algo, los líderes con tendencias autoritarias procuran desacreditarlos echándolos a la picota. Remitámonos a las actuaciones de Bolsonaro o López Obrador. No importa en qué lugar del arco político se inscriban, les conviene quitarse de encima ese ojo avizor.

Por otro lado, la digitalización ha operado como el limpiaparabrisas que aclara un cristal empañado. Hoy algunas personas se preguntan ¿Por qué lo que aparece en la pantalla chica (del celular) no aparece en la grande? Y cada vez son más. La encuesta del CIEPS también nos dice eso, que para informarse sobre los asuntos públicos, las personas recurren cada vez más a redes sociales y aplicaciones privadas de mensajería.

A través de las redes sociodigitales la gente se informa por distintas vías, pero también produce y pone a circular información “por la libre”, ejerciendo la libertad de expresión y procurando asociarse y movilizarse para la defensa de otros derechos.

No obstante, sin el rigor que impone el método periodístico es muy fácil que dentro de ese torrente de contenidos la desinformación fluya a raudales, especialmente en forma de opiniones a las cuales las personas se exponen de forma selectiva, reafirmando sus sesgos y creencias.

Las versiones que circulan en el espacio digital son tantas y tan variadas que para la gente del común —sobre todo para las personas más vulnerables o con poco acceso a fuentes informativas de calidad— resulta muy difícil, no solo procesarlas, sino distinguir entre fuentes que se presentan con el mismo nivel de autoridad, sean estas serias y confiables o fabricadas para amañar hechos y situaciones.

La desinformación refiere a contenidos falsos forjados con el propósito de causar daño, sacar ventaja, o movilizar emociones; pero también es ausencia de información, silenciamiento. Sustracción conveniente de algunas piezas del rompecabezas social. Y la democracia necesita deliberación. Por ello, tanto el periodismo de calidad, como medios de comunicación plurales donde la sociedad pueda reflejarse en su complejidad, resultan vitales.

El papel del periodismo, como ha recordado recientemente el periodista y académico argentino Fernando Ruiz, es “convertirse en fuerza de civilidad y moderación, no perder la centralidad, aunque sea difícil conectar con audiencias enojadas”. Es tarea de medios y periodistas mirar el horizonte, aguzar el oído. Acusar recibo de las críticas y no dar papaya a quienes, apuntando de frente a medios y periodistas, pudieran herir de costado a la democracia.

 

Originalmente publicado el 11 de diciembre de 2o23 en el diario La Prensa.