En su versión moderna, el concepto de meritocracia fue acuñado en 1958 por el sociólogo británico Michael Young, en su libro El triunfo de la meritocracia 1870-2033: un ensayo sobre la educación y la igualdad. Se trataba de una novela futurista que, en la línea de autores como Aldous Huxley, describía el surgimiento de una sociedad estratificada y desigual, donde el éxito dependía del acceso a ciertas instituciones educativas y de la posesión de ciertas habilidades mentales estrechamente definidas. En la sociedad imaginada por Young, el sistema educativo no forma a los ganadores; los selecciona. Dicho de otra manera, no redime a los perdedores; los descarta.

El propio Young, profundamente decepcionado con la evolución del concepto luego de que fuera adoptado por el nuevo laborismo británico, escribió un breve artículo titulado ¡Abajo la meritocracia! (2001), en el que pedía públicamente que se dejara de utilizar el término. En concreto, pedía al entonces primer ministro del Reino Unido, Tony Blair (de quien en otro momento fuese asesor), que abandonara la meritocracia como argumento político. Para el sociólogo, gran parte de lo que predecía en su novela se había cumplido, y el resto, como la “revolución meritocrática” de la que hablaba el protagonista, podía volverse realidad: “ya no sería por más tiempo necesario seguir rebajando los niveles para intentar extender nuestra elevada civilización a los niños de las clases más bajas“. Un escenario como este convertiría a la meritocracia, más que en una fuerza liberadora, en un modo de estratificación que impediría la movilidad social, con lo cual, según el creador del término, estamos ante un “Frankenstein” que hay que sustraer de la vida social y política para que no genere más calamidades.

El origen etimológico de «mérito» proviene del latín «meritum», que puede significar «valor», «mérito», «salario» o «ganancia», o del latín «meritus», que significa «ganarse algo» o «merecer». Pero en el caso de «meritocracia», se debe llamar la atención sobre sus dos componentes: «meritum» y «kratos» que, denota la idea de poder y se utiliza en griego moderno para hablar del Estado. En este sentido, estamos hablando no solo de un modo de juzgar las acciones de los demás, sino de una forma de organización social o un sistema sociopolítico que se basa en el mérito, donde  la posición social se obtendría exclusivamente por medio de la evaluación de los logros y la capacidad personal de los individuos.

Si bien la meritocracia ha perdido protagonismo en las discusiones actuales sobre la teoría de la justicia, el término «mérito» cuenta con un amplio recorrido en el pensamiento occidental. Esta línea está presente en las primeras reflexiones sobre la justicia de Platón, en el trabajo de Aristóteles, pasando por Hobbes, Locke o Stuart Mill, y es  retomada por autores como Joel Feinberg o Henry Sidgwick, hasta Michael Walzer y Wojciech Sadurski, para quienes la idea de mérito, en especial la de merecimiento, guardan una estrecha relación con la justicia.

En los años setenta del siglo pasado, algunos autores defendían que las sociedades son meritocráticas porque en ellas el conocimiento es la fuerza productiva central, de modo que las diferencias de ingresos y estatus están ligadas a las aptitudes técnicas y a la educación. Esta idea fue defendida por Radovan Richta en La civilización en la encrucijada, o por Daniel Bell en El advenimiento de la sociedad postindustrial. Sin embargo, actualmente el número de detractores de la meritocracia compone un listado casi interminable en comparación con el escaso número de pensadores que defienden un orden social de este tipo.

En las ciencias sociales también es destacable el gran número de trabajos que son críticos o detractores de la meritocracia. En la sociología clásica destacan Max Weber, Emil Durkheim, o Karl Marx, quienes con mayor o menor énfasis se refieren a su función legitimadora en los sistemas sociales divididos en clases. En una línea de trabajo empírica, destaca la labor de sociólogos franceses como Jean Claude Passeron y Pierre Bourdieu, que elaboraron una amplia literatura científica basada en investigaciones que refutan la tesis de que la meritocracia fuera el criterio justo e igualitario de selección social en Francia. Según estos autores, las instituciones académicas francesas más prestigiosas, reconocidas como las instituciones más meritocráticas del mundo, en realidad son organizaciones segregacionistas que consiguen transformar el capital económico y cultural de las clases privilegiadas en capital simbólico; es decir, legitiman las diferencias de clase.

Bourdieu y Passeron no ponen en cuestión el valor del esfuerzo y la capacidad de superación, sino que demuestran en sus investigaciones que los mecanismos meritocráticos no tienen en cuenta un elemento fundamental que mantiene el statu quo: la herencia. Esta no solo es entendida por los autores en términos económicos, sino también sociales (redes de contactos), culturales (educación, conocimientos y habilidades) y simbólicos (apellidos, origen, entre otros).

El trabajo de estos sociólogos está emparentado también con investigaciones actuales, como la de Mariano Fernández Enguita, catedrático español de Sociología de la Universidad Complutense de Madrid y autor de La escuela en la encrucijada, donde manifiesta que la escuela contemporánea está fracasando en sus promesas de igualdad y meritocracia, pues la primera resulta fallida, y la segunda es falaz.

Pero, si el pensamiento contemporáneo y las ciencias sociales manifiestan de manera tan abrumadora su oposición a la meritocracia, ¿por qué el concepto tiene tanto éxito en nuestras sociedades? Una posible respuesta estaría en la especial dificultad de nuestras sociedades individualistas para diferenciar entre el individuo y la sociedad en términos sociopolíticos. Es decir, se suele equiparar el mérito a la meritocracia, cuando el primero hace referencia a una dimensión individual y el segundo a una dimensión social. El mérito corresponde a la evaluación del esfuerzo y del valor de las acciones individuales, mientras la meritocracia (que en el sufijo “-cracia” se refiere al kratos) hace referencia a cómo se organiza el poder. Podría argumentarse que tiene todo el sentido del mundo nombrar a las personas para realizar trabajos concretos en función de sus méritos, pero construir una forma de gobernabilidad y de organización social con base en virtudes individuales, debe analizarse desde sus efectos y sus consecuencias.

Valorar las capacidades y el esfuerzo individual es necesario, pero generar una estructura sociopolítica o una forma de estratificación social que mida el valor de los individuos sin tener en cuenta sus condiciones sociales, políticas, culturales y económicas, tiene como consecuencia una distinción entre ciudadanos “válidos” y ciudadanos excluibles, lo que naturaliza las diferencias sociales y corre el riesgo de legitimar un darwinismo social. En muchas ocasiones, expresiones como “la gente tiene lo que se merece”, no toman en consderación factores como la pobreza, las desigualdades extremas, la exclusión y las actuales formas de discriminación. Pero incluso si se creara una institución capaz de segregar a los diferentes individuos exclusivamente en función de su valía, ¿quién ocuparía el papel de juez? ¿Estaría por encima de las autoridades elegidas por votación? ¿Cuáles serían los criterios de segregación? ¿Quién los definiría?

Uno de los grandes problemas de la meritocracia es su ambigüedad, como señala Amartya Sen, premio Nobel de economía: “The idea of meritocracy may have many virtues, but clarity is not one of them”. Y es que la falta de claridad del concepto y la dificultad para elaborar un criterio universal para fundar instituciones que establezcan la meritocracia como nuevo orden social, tiene el grave inconveniente de la arbitrariedad. De ahí la importancia de rescatar la teoría democrática, esa filosofía ética, moral y política que defiende que todos somos iguales ante la ley y que el poder reside en la mayoría respetando a las minorías; una forma de gobernabilidad plural porque nadie está en posesión de la verdad absoluta. De ahí la importancia del pluralismo político frente un orden dirigido al bien de los más “válidos”: la idea de un “gobierno de los merecedores”, que son una minoría, es una idea que dista mucho de la democracia, que es el gobierno de la mayoría. La meritocracia como “gobierno de los más válidos” (los que tienen mérito, los que valen) es casi un sinónimo del “gobierno de los mejores”, que corresponde al significado etimológico de aristocracia («aristos», o los mejores, y «kratos», el poder).

Como posible antídoto a un régimen sociopolítico exclusivamente meritocrático que derivaría en un nuevo modo de aristocracia, Michael Young propone una fiscalidad progresiva que genere una redistribución de los recursos. A su vez, propone fortalecer el poder local como mecanismo para que las mayorías sociales se involucren y tengan la oportunidad de participar en una sociedad que actualmente es fragmentada, desigual y desvinculada.

Pese a los aspectos positivos que pudiera tener un modelo social meritocrático, este tiene como serio riesgo la posibilidad de acentuar las desigualdades sociales ya presentes en aquellos países donde aún no se garantiza la igualdad de oportunidades, educación y salud universal de calidad.

Referencias bibliográficas

Bell, Daniel (1976). “El advenimiento de la sociedad postindustrial”. Editorial Alianza, Madrid, España.

Bourdieu, Pierre (2013). “La nobleza del estado. La educación de élite y espíritu del cuerpo”. Siglo XXI Editores. Buenos Aires, Argentina.

Fernández Enguita, Mariano (2016). Entrevista en el diario Público el 17/02/2016 disponible en:

https://www.publico.es/sociedad/escuela-agudiza-dificultades-aprendizaje.html (Fecha última conexión: 3/8/2019)

Muñoz Aravena, Waleska (2008). “Cuando el mérito acentúa la desigualdad”. Revista Enfoques, año VI, n°9, artículo disponible en:

http://www.redalyc.org/pdf/960/96060910.pdf (Fecha última conexión: 3/8/2019)

Richta, Radovan (1972). “La civilización en la encrucijada”. Artiach Editorial, España.

Sen, Amartya (2000). “Merit and Justice” en K. Arrow (ed.), “Meritocracy and Economic Equality”, New Jersey, Princeton University Press.

Young, Michael. “¡Abajo la meritocracia!”, artículo-post disponible en:

https://web.archive.org/web/20061110223548/http://www40.brinkster.com/celtiberia/meritocracia.html (Fecha última conexión: 3/8/2019)

Young, Michael (1964). “El triunfo de la meritocracia 1870-2033: ensayo sobre la educación y la igualdad”. Tecnos, Madrid, España.