Los hallazgos del programa PISA 2018 y el componente para jóvenes fuera del sistema educativo nos indican que nuestro sistema no está logrando algunos de los objetivos de aprendizaje mínimos que se plantean. Lograr al menos el nivel 2 en las pruebas PISA es el objetivo acordado entre los países participantes del programa para cada niño, además de ser el indicador de calidad educativa establecido en los Objetivos de Desarrollo Sostenible, con los cuales el país se ha comprometido. En Panamá solo el 35% de los estudiantes logran los niveles mínimos en lectura, y en matemática sólo el 19%. Entre los jóvenes que se encuentran fuera del sistema educativo oficial, apenas 3 de cada 100 (aproximadamente) logra estos estándares. Esto es realmente preocupante porque casi la mitad de nuestros jóvenes de 15 años se encuentran fuera del sistema educativo, lo que quiere decir que al llegar a la edad esperada para haber completado la educación obligatoria en el país (noveno grado), solo alrededor del 15% de la población cuenta con un nivel básico de comprensión lectora y habilidades aritméticas. Estos resultados son un golpe tan fuerte, que dejan sin aire a cualquiera.


Cómo estamos: análisis de factores asociados
Todavía hay peores noticias. Existen diferencias significativas según:

– El índice socioeconómico de las familias de los estudiantes
– Si se habla un idioma indígena en su casa o no
– Entre los centros oficiales y particulares
– Entre centros en áreas rurales y urbanas
– Entre centros del sistema educativo regular y otros, como las escuelas nocturnas.

El índice de escasez de recursos educativos en el país es altísimo, y además están distribuidos con significativa inequidad entre escuelas oficiales y particulares, y en el caso de las particulares, estos recursos se encuentran distribuidos según el índice socioeconómico promedio de los estudiantes. También se identifica un gran problema de ausencias y tardanzas, y que repetir un grado en primaria (un fenómeno con gran incidencia en el país) tiene un alto impacto negativo en los aprendizajes.

 


A dónde queremos ir: aclaración de objetivos y prioridades
El ranking por país según los puntajes de las pruebas ha tenido amplia difusión, pero no hemos prestado la atención adecuada a otros rankings en los informes de la OCDE, como el de equidad educativa, que permite a los niños el acceso a oportunidades educativas comparables sin importar su procedencia o las características de su contexto particular. Panamá también está entre los países con peores resultados en términos de equidad, lo que implica una injusticia para muchos de nuestros niños e imposibilita realizar una visión de país para todos.

Para aprovechar al máximo la vasta información que nos presenta la base de datos internacional de PISA 2018, es necesario profundizar en diversas características de los sistemas educativos. Es interesante notar, por ejemplo, que los países que están a la cabeza en la lista de puntajes en las pruebas, no son los mismos que encabezan el ranking de equidad educativa. Es decir, un país puede lograr que en promedio sus jóvenes alcancen altos niveles de competencias en lectura, matemáticas y ciencia, aun cuando entre sus estudiantes exista una amplia diversidad de jóvenes desaventajados para quienes el sistema no cumple su responsabilidad, y jóvenes afortunados que logran puntajes extraordinarios. Saber utilizar los hallazgos del programa PISA requiere que como país nos planteemos cuáles son nuestras aspiraciones y prioridades. En mi opinión, los mejores sistemas educativos, no son solo aquellos que logran calidad, sino aquellos que logran calidad con equidad. De hecho, ese es el consenso nacional sobre nuestra meta principal según el Compromiso Nacional por la Educación.

Si hacemos un cruce entre equidad y calidad educativa, los países que logran altos resultados en ambos aspectos son países como Finlandia, Estonia y Canadá, mientras que algunos países con muy altos resultados en las pruebas, como Singapur y Hong Kong, presentan altísima inequidad. En Latinoamérica, los mejores en lograr calidad y equidad son Chile y Costa Rica. Podemos observar que, aunque Costa Rica ha mostrado cierto descenso en sus puntajes, ha logrado un aumento considerable en su cobertura. Acciones que han facilitado esto en Costa Rica, y que concuerdan con lo planteado en el Compromiso, incluyen la obligatoriedad de la educación hasta doceavo grado, la concentración de recursos y apoyo en las escuelas y comunidades con más necesidades, y la inversión del 6% o más del PIB en educación (el mínimo planteado por UNESCO, que también está planteado en nuestra ley orgánica y en las modificaciones a la Constitución propuestas recientemente). Si lográramos aumentar la cobertura, es posible que al principio los puntajes promedios bajen, pero serían un reflejo más preciso de nuestra realidad, así como el efecto colateral de una prioridad de Estado en proveer educación de calidad para todos, no solo para algunos. Considerando estos datos, es indiscutible que se debe afrontar el reto de atender calidad y equidad a la vez.

Elevar los indicadores de eficacia de nuestro sistema educativo no es un objetivo imposible para el país. De hecho, hay ejemplos a seguir entre nuestros propios vecinos, como Chile, que logra acercarse considerablemente más que el resto al promedio de la OCDE y que además continúa mejorando; Perú, que ha logrado una mejora impresionante en las últimas dos décadas, o Costa Rica, que se ha mantenido estable entre los mejores de la región, con una realidad muy parecida a la nuestra, y con menos recursos. Analizar las características de los sistemas educativos de estos países y cómo se relacionan con sus logros educativos, conociendo las similitudes y diferencias con nuestro contexto, nos permitirá acelerar el proceso de mejora en el que nos hemos embarcado. Esto es sumamente valioso porque los cambios en educación toman décadas, incluso teniendo una buena guía para tomar decisiones informadas, y la situación se vuelve cada vez más crítica en Panamá con cada año que pasa.

Cómo llegamos al destino deseado: recomendaciones para la acción informada
El informe nacional incluye recomendaciones específicas acordadas, según las cuales las prioridades en las que debemos poner manos a la obra incluyen:

  1. Atender a la primera infancia, la alfabetización y matemáticas en los primeros grados.
  2. Disminuir ausencias, repetición y deserción con programas de seguimiento individual y refuerzo académico, atención adicional en los momentos de transición hacia pre-media y media, y transferencias monetarias condicionadas (subsidios) a la asistencia.
  3. Responder a la necesidad y solicitud explícita de los docentes de capacitación en habilidades del siglo XXI, enseñanza diferenciada, inclusión, educación intercultural bilingüe y utilización de resultados de evaluación.

Además, debemos aumentar la cobertura a la vez que reducir la inequidad en horas de instrucción entre las escuelas oficiales y particulares, lo que requerirá de más escuelas y más maestros para evitar los casos recurrentes en que las familias no encuentran cupo en la escuela más cercana, o que en realidad, la escuela más cercana está demasiado alejada.

También debemos proveer apoyo o solución al transporte, incluir alimentación en las escuelas y mejorar el programa de salud escolar para atender las necesidades básicas que son requerimientos previos para que los estudiantes puedan aprender. Finalmente, como ya se ha dicho hasta el agotamiento, fortalecer los programas de formación de futuros docentes será la única solución de raíz y duradera. Mientras tanto, al menos podemos asegurar que los docentes actuales cuenten con más y mejores recursos educativos.

Aspiramos a un sistema que permita a cada joven alcanzar su potencial, así como comprender mínimamente los procesos científicos para poder distinguir hechos de suposiciones, e información confiable de información engañosa; un sistema que forme personas con capacidad de pensamiento crítico y resolución de problemas, y ciudadanos con identidad cultural propia y responsabilidad social. Pero será en vano si no logramos primero un sistema que incluya a todos, y que sea capaz de desarrollar en los niños habilidades apropiadas de lecto-escritura y lógico-matemática.

La buena noticia es que en los últimos años hemos logrado cierta continuidad en iniciativas que utilizan métodos efectivos para capacitar a los docentes a largo plazo y con seguimiento en aula. Se ha hecho énfasis en lectura en los primeros grados, con un sesgo de atención hacia los centros y las regiones que más ayuda necesitan (tal como indican la OCDE, la lógica y la ética). Esto ha resultado en una ligera mejora en lectura entre los estudiantes del cuartil con puntajes más bajos entre 2009 y 2018. Sin embargo, no ha habido diferencia significativa en los puntajes promedios nacionales ese periodo. La prioridad ha sido la correcta, pero los esfuerzos han sido insuficientes.

Participar en PISA 2021, un esfuerzo ya iniciado, es una decisión certera y valiente. No veremos mayores cambios en un año y medio cuando se apliquen dichas pruebas y cuestionarios, pero tener constancia en saber dónde estamos y por qué, y más aún constancia en las intervenciones certeras para la mejora, dará frutos sin duda. Los cambios en educación son la inversión a más largo plazo y con mayor retorno que podemos hacer como país.