¿Por qué realizamos primarias en Panamá? Estas fueron un producto de la confluencia de factores externos e internos. Externamente, la cooperación internacional, algunos organismos electorales y la academia las promovió bajo la premisa de que la democratización de los partidos era un requisito indispensable para la consolidación de las democracias latinoamericanas, y así hasta convertirlas en “la reina de las reformas”, como les llamó la politóloga Flavia Freidenberg. Precisamente, con la democracia interna se intentaba abrir la “caja negra” de los partidos, cuya opacidad en las decisiones los llevaba a ser poco representativos, irrespetuosos de las opiniones disidentes y escasamente competitivos. En este sentido, la incidencia de la militancia en la elección de su oferta electoral, la decisión más importante que toman sus organizaciones, era un asunto central.

Internamente, la instauración de las primarias fue una medida más de las muchas implementadas durante la segunda mitad de la década de 1990, en el marco de una etapa caracterizada por los procesos de diálogo y nuevas políticas públicas. El científico social panameño Guillermo Castro ha reconocido este periodo como un momento innovador y reformista de la entonces novel democracia panameña. Pero además, la instauración de las primarias respondía a la necesidad estratégica del PRD de crear credenciales democráticas, luego de haber sido una pieza importante del régimen autoritario que gobernó hasta 1989. De ahí que en su momento las abrazaran con una convicción que no ha tenido parangón en ningún otro partido del país.

El balance no es bueno. Desde 1998, cuando se realizaron por primera vez las primarias en Panamá, ha habido candidatos que han ganado con casi el 100% de los votos y comisiones internas evidentemente precarias que pretendían arbitrar las campañas de candidatos multimillonarios. Además, la exclusión de las mujeres en la competencia electoral ha empezado siempre en las primarias; ha habido participaciones tan bajas como del 8% y una creciente incapacidad de los partidos para organizar elecciones limpias, hasta llegar a la medida extrema en 2018 del Tribunal Electoral encargándose de convocar, abrir, financiar y fiscalizar las primarias para preservarlas.

Y fue necesario preservarlas porque para la ciudadanía panameña las primarias son importantes. Según datos del Barómetro de las Américas, en 2014 el 57.4% de la población encuestada pensaba que “las primarias para elegir candidatos en los partidos son importantes para la democracia”. En la misma línea, en agosto del 2021, cuando el presidente de un nuevo partido adelantó públicamente que su organización no realizaría primarias para evitar “(…) los maletines, los pagos… entregar el partido a intereses ocultos o candidatos sinvergüenzas”, la opinión pública reaccionó rápida y contundentemente reclamando democracia interna.

Las primarias de 2023 podrían resumirse de la siguiente manera: un proceso de autoselección en un partido personalista; un candidato incumbente, con los problemas que ello implica; otro que, aunque estaba dispuesto a competir, es candidato único, y en otro partido una aspirante en proceso de expulsión. Esta vez, las primarias presidenciales han sido obligatorias sólo para 4 de 9 partidos, privando a miles de miembros de los otros 5 de elegir directamente sus candidaturas. El tipo de apoyo que el Tribunal Electoral brinda a los partidos ha sido elegido “a la carta” por ellos mismos.

Al momento de escribir estas líneas, en un país cuyas elecciones generales tiene un promedio de participación del 75%, en las primarias han participado alrededor del 25%, el 60% y el 40%. Además, sólo 18.6% de las postulaciones corresponden a mujeres. Como si todo esto fuera poco, se ha profundizado en los partidos la costumbre de eximir de la competencia a algunos cargos –una medida conocida como “reservas”–, privando una vez más a una parte de su membresía de participar en la selección de sus candidaturas a dichos cargos.

Aunque el saldo de las primarias de 2023 ya es poco alentador, lo peor podría estar por suceder. La legislación electoral panameña permite que las candidaturas presidenciales electas en primarias declinen la postulación para realizar alianzas, lo cual revela un problema de diseño de la institución. Si sabemos que una de las características centrales de las elecciones panameñas es la política de alianzas, incentivadas por la ausencia de una segunda vuelta, ¿por qué no hacemos de las primarias el mecanismo para que las coaliciones partidistas elijan a su candidato? Permitir que una persona electa decline para hacer una alianza, es defraudar la voluntad expresada por los miembros de los partidos.

Después de 25 años de experiencia con las primarias, la sociedad panameña debería sincerarse sobre ellas. El costo de los eventos electorales no es la mejor manera de evaluarlos, pero en esta ocasión cabe reconocer que los resultados no se corresponden con lo invertido. Las primarias no están cumpliendo con su promesa original de mejorar la participación en la toma de decisiones ni con el potencial democratizador que se esperaba de ellas. Si no las vamos a aplicar rigurosamente, recordemos que existen otros mecanismos para elegir candidaturas, como las convenciones partidistas, que aunque son menos directos también son democráticos. Quizás vale la pena volver a explorarlos.

 

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Originalmente publicado el 10 de julio de 2023 en el diario La Prensa.