Antes de hablar de los resultados de las elecciones presidenciales en Colombia y de cuál es el panorama a futuro hay que hablar de un fenómeno que lleva más de veinte años y que va a ayudarnos en la explicación: el momento populista colombiano. Este momento populista ha tenido en todo ese lapso coyunturas más críticas que otras, pero lo cierto es que está presente desde inicios del siglo y que parece expresarse de nuevo en los resultados de las elecciones presidenciales.

En Colombia y al igual que en la mayoría de América Latina han confluido desde hace más de veinte años al menos tres circunstancias: una justificada crisis de los partidos políticos como vehículos de representación política, la llegada de nuevas e inmediatas formas de comunicación política, y una ciudadanía cada vez más desconectada de la democracia y de las instituciones políticas debido a la incapacidad de relacionar esas ideas con mejores y más estables condiciones de vida. La combinación de estos factores ha dado lugar a un clima propicio para el surgimiento de liderazgos políticos populistas, que identifican discursivamente los buenos y los malos, que plantean soluciones sencillas y rápidas a los problemas políticos y sociales, y que logran conectar emocionalmente con el electorado. En 2002 esto significó la llegada al poder de Álvaro Uribe Vélez, un político de trayectoria en el Partido Liberal, pero que logró desmarcarse de su pasado tradicional para venderse como una opción renovada, sobre todo en contraposición al entonces Horacio Serpa, un representante histórico y anquilosado del mismo partido.

Uribe logró dividir el escenario político en torno al conflicto armado, el tema en que nadó como pez en el agua y donde solo reconoció en un lado a los colombianos de bien y en el otro a las guerrillas. Se presentó como un candidato popular, de ademanes y costumbres populares, y procuró resolver de manera directa los problemas de la ciudadanía. Tan exitoso fue su proyecto político que desde 2002 ganó cuatro de las cinco elecciones presidenciales, siendo la reelección de Juan Manuel Santos (2014) la única en la que perdió en segunda vuelta.

Sin embargo, durante el gobierno del presidente Duque (2018-2022) el uribismo comenzó a perder apoyos y popularidad, debido principalmente a la firma de los Acuerdos de Paz con las guerrillas por parte de Juan Manuel Santos, lo que abrió el campo político a nuevos temas de debate distintos al del conflicto armado. De súbito quedó claro que condiciones sociales como la desigualdad y el desempleo (especialmente en jóvenes), entre otros, eran problemas tan importantes como los del conflicto armado, pero que habían sido postergados por el discurso del uribismo. Ya hemos hablado antes de cómo esto permitió el surgimiento de protestas ciudadanas sin precedentes en el país[1].

Es en este contexto de agudización de lo que llamamos momento populista colombiano que comenzó a ganar fuerza la figura de Gustavo Petro, un antiguo ex guerrillero del M-19 y luego militante de la experiencia partidista más importante de la izquierda durante los dos gobiernos de Uribe, el Polo Democrático Alternativo. Petro logró ser alcalde de Bogotá entre 2012 y 2015 y se posicionó como una de las principales figuras de la oposición al uribismo gracias a sus denuncias sobre la relación de algunos sectores políticos con las mafias del paramilitarismo y el narcotráfico. No obstante Petro siempre cargó el lastre de su pasado guerrillero, que en el campo discursivo del uribismo le ubicaba muy fácilmente como el enemigo, limitando su crecimiento político con una elevada opinión desfavorable elevada según las encuestas.

Pues bien, el escenario político después de los Acuerdos de Paz y de las protestas ciudadanas que fueron reprimidas violentamente por el gobierno uribista de Iván Duque hizo que Petro pudiera distanciarse de la díada colombiano de bien-guerrilla y así plantear con un liderazgo de retórica populista un discurso de inclusión social, un tema de debate acertado para el momento colombiano actual. El problema no era los colombianos de bien versus las guerrillas, sino las élites económicas y políticas versus la población más vulnerable en términos sociales y económicos.

Además de esto Petro recibió la adhesión de sectores políticos tradicionales, incluso algunos ligados en el pasado al paramilitarismo, en algo que se puede interpretar como un giro estratégico necesario para ganar en un país que tiene un voto ligado a maquinarias electorales muy alto. Es por todo ello que en la primera vuelta de las elecciones Petro recibió un 40.3% de los votos, una cifra histórica para un proyecto político de izquierda, a solo años de un conflicto armado con las guerrillas.

 

Resultados preconteo en las elecciones presidenciales en Colombia

Fuente: Registraduría Nacional del Estado Civil, Colombia

Pero en algo sorpresivo en los resultados el otro proyecto que pasó a segunda vuelta en estos comicios no fue el uribista, encarnado en el candidato Federico Gutíerrez, sino el de un candidato empresario, antiguo alcalde de Bucaramanga, Rodolfo Hernández. Hernández obtuvo un 28.1% de los votos y venció así al uribismo que se quedó con 23.9%. ¿Cómo es posible que pasara esto? Así como el momento populista fue interpretado por Uribe en 2002 y fue interpretado correctamente en campaña por Petro, Hernández ha sabido interpretarlo con una campaña mucho más ligada a las emociones y a las redes sociales, una campaña distanciada de la discusión entre izquierda y derecha, y por el contrario centrada en la oposición entre la buena gerencia y el malgasto y la corrupción de mucho del sector público.

Mientras que el campo discursivo de Uribe (guerrilla versus colombianos de bien) y el de Petro (élites mafiosas versus pueblo) pueden ser asociados con mayor facilidad en términos de izquierda o derecha, el campo discursivo de Hernández es más esquivo, todo esto debido a que aunque por supuesto tiene contenido ideológico se vende como ajeno a esas cuestiones. Con ello el candidato logró capitalizar al mismo tiempo la fatiga electoral del uribismo luego de un desastroso gobierno de Duque, el rechazo aún fuerte hacia la figura de Petro, y el cansancio de parte del electorado con esa disputa entre ambos sectores políticos, Uribe y Petro. Hernández logra entonces materializarse como como otro contendor de ese momento populista, interpretando los tres fenómenos que mencionamos antes: crisis de los partidos, nuevas formas de comunicación política[2] y una ciudadanía desconectada de la democracia y de las instituciones políticas.

¿Qué va a pasar en la segunda vuelta?

La primera de las suposiciones es que como Petro y el uribismo se han definido en términos opuestos y por tantos años entonces el voto del uribismo vaya a Hernández, dándole suficientes votos para ganar en segunda vuelta (28.1% más 23.9%, un total de 52%). No obstante está por verse si la adhesión del uribismo puede significar que Hernández sea asociado con el uribismo y que pierda así su aparente neutralidad en la división entre Petro y el uribismo. En todo caso las declaraciones de campaña de Hernández han sido mucho más cercanas a Petro, a quien en su momento dijo que votaría si no pasara a segunda vuelta.

La segunda de las suposiciones es que por el carácter de su liderazgo y discurso Petro no tiene mucho más de dónde sumar votos. El centro político, Fajardo, que solo recibió un 4.2% de los votos, ha sido blanco constante de su campaña, mientras que Hernández se ha mostrado más cercano[3]. En ese escenario es probable que una de las pocas cosas que convenga a la campaña de Petro sea la abstención o el voto en blanco, ya que esto permitiera que se mantuviera la distancia porcentual que mantiene sobre Hernández. En un universo de menos votos su porcentaje, que asumimos fijo, se puede hacer mayor.

La tercera de las suposiciones es que cualquiera que sea el proyecto ganador tendrá que mediar entre su propuesta de renovación política y la necesidad de sumar apoyos legislativos. Si bien Petro tiene más congresistas que Hernández ninguno puede conseguir mayorías legislativas sin los apoyos de los “partidos de gobierno”, partidos flotantes que se suelen unir al gobierno de turno a cambio de prebendas o recursos. Esto por sí solo limita el alcance de las transformaciones políticas posibles en democracia.

Para concluir, ambos candidatos que pasan a segunda vuelta responden a un nuevo escenario político en que se ha desgastado el discurso uribista centrado en el conflicto armado, y en que los discursos políticos que han prevalecido siguen disputando qué división política logran establecer como el centro de la campaña. En este punto parece que aunque Petro ganó en primera vuelta tiene mucho más trabajo enfrente que Hernández, que luce como destinatario natural del uribismo y su posición antipetro.

[1] Ver https://cieps.org.pa/protestas-colombia-i/

[2] En una entrevista reciente a Hernández se le preguntó a si cambiaría algo de su campaña para ahora hacer mitines o reuniones políticas en lugar de utilizar redes sociales. A esto respondió:  “no, porque la forma en que se gana es a través de las emociones.” Ver: https://twitter.com/WillGFreeman/status/1531173997345382400

[3] Ver: https://twitter.com/sergio_fajardo/status/1531239855375753216