Aunque algunas voces científicas y políticas relegan regularmente las cuestiones religiosas a siglos supuestamente pasados, la actualidad nos obliga a reconocer que, como decía Peter Berger el mundo sigue siendo “tan ferozmente religioso como siempre fue”. Aunque la atención mundial esté, y con justa razón, focalizada en el Medio Oriente y la reactivación del conflicto israelo-palestino, otro gran actor de los monoteísmos está viviendo un momento histórico. Efectivamente, la Iglesia católica está reunida en sínodo desde el 4 de octubre y por cuatro semanas, un evento sin duda histórico, el más importante desde Vaticano II.

El sínodo, una reunión de obispos de todo el mundo que se reúne para asesorar al papa en determinados temas, parte del diagnóstico de que la Iglesia católica no vive su mejor momento. La disminución de la feligresía en términos proporcionales, la crisis de vocaciones religiosas y los repetidos escándalos sexuales han contribuido con esta situación. Panamá no es una excepción. Mientras en los años 1990, más de 100 nuevos seminaristas ingresaban al Seminario Mayor San José cada año, hoy son 22 estudiando en todo el seminario. Un problema de sobrevivencia cuando toda la organización parroquial descansa sobre la centralidad del sacerdote. El Sínodo del Amazonas en 2019, ya había emitido algunas propuestas para paliar a esta crisis, como la apertura del sacerdocio para hombres casados y la apertura del diaconato a las mujeres.

El papa Francisco anunció en 2020 este Sínodo de la Sinodalidad (del latín Caminar Juntos, o sea una reflexión sobre cómo caminar juntos dentro de la Iglesia), con una metodología en sí innovadora. Por dos años, las parroquias recogieron las preocupaciones de la feligresía católica en el mundo entero de diversas maneras. En Panamá, por ejemplo, la arquidiócesis hizo un sondeo digital y presencial en las parroquias, preguntando entre otras cosas “¿Qué cambiarías de la Iglesia católica?”. A partir de los insumos recogidos, se hicieron síntesis por países y por continente, para finalmente llegar al documento de trabajo Instrumentum laboris.

El texto constituye una invitación a la reflexión y la discusión sobre la gobernanza de la Iglesia y como pasar de una forma de funcionamiento resolutamente vertical a espacios con mayor horizontalidad, el lugar de los laicos y de las mujeres en la misma, la manera en la cual enfrentar los abusos sexuales, económicos, espirituales en el seno de la Iglesia, la forma en la cual alcanzar y abrazar personas que se sienten excluidas de la Iglesia por su sexualidad o su afectividad (por ejemplo las personas divorciadas y vueltas a casar o las personas homosexuales), el acceso al diaconato para las mujeres o al sacerdocio para hombres casados… probablemente entre los temas más sensitivos y tabúes dentro del catolicismo actual.

La metodología ya daba señales de inclusión, al recoger las impresiones y los agravios de la feligresía e incluso de las personas que no son católicas. La fase actual va un poco más allá.  La reunión de 363 miembros cuenta con 54 mujeres con derecho a voto y 45 laicos. La subsecretaria de la Secretaría General del sínodo, nombrada por el papa Francisco es la primera mujer nombrada a un cargo de este tipo. Las y los participantes están sentados en círculos por grupos lingüísticos y juntando personas de muy diversos rangos jerárquicos y la mesa donde se encuentra el papa está apenas en una pequeña estrada, insistiendo en el mensaje de horizontalidad. Por Panamá, están presentes el obispo de Penonomé Edgardo Cedeño y la hermana dominica Rosemery Castañeda.

Una segunda sesión tendrá lugar en octubre de 2024, después de la cual el papa decidirá las orientaciones de la Iglesia Católica. El sínodo es consultivo y el papa tiene la última palabra. Durante toda la Asamblea General, éste ha recomendado la mayor discreción para poder conversar con serenidad, aunque ya hemos visto obispos conservadores romper esta regla y hablar con medios de comunicación a modo de presión sobre el sínodo.

¿Qué expectativas podemos tener sobre el sínodo? Difícil decirlo por la diversidad de enfoques de los miembros. A modo muy esquemático, la Iglesia católica alemana está trayendo las opciones más revolucionarias, mientras que la Iglesia estadounidense expresa las resistencias más fuertes a los cambios propuestos. Entre ambas, muchos grises. El riesgo está probablemente en decepcionar tanto a conservadores y progresistas, y el mayor reto, generar cambios aceptables para no provocar sismas pero que aseguren una adecuación de la institución al siglo XXI.

De cualquier manera, parece importante valorar el proceso: nunca la Iglesia católica había propiciado un espacio de “democracia participativa” como fue esa gran consulta mundial, y nunca había incorporado laicos y mujeres de esta manera en un órgano consultivo de esta importancia. Por otro lado, es reveladora la agenda a discutir. Esta etapa, en la línea de Vaticano II probablemente no hará cambios radicales, pero quizás cambios incrementales que salvaría la Iglesia de lo que el Papa dijo serían “tentaciones peligrosas”: ser una Iglesia rígida, tibia y fatigada.

 

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Originalmente publicado en el diario La Prensa el 17 de octubre de 2023.