“El panameño es apático”, “Aquí nunca pasa nada”, “Falta participación ciudadana”, son prenociones repetidas a tal punto que parecen verdades eternas. Sin embargo, a medida que el país parece entrar en una ola de protestas sociales relacionadas con el alto costo de la vida, y los medios de comunicación difunden imágenes de marchas y cierres de calle en todo el país, esta narrativa parece entrar en contradicción con la realidad empírica. ¿Qué hay de cierto, entonces, en el hecho de que la ciudadanía panameña es poco proclive a la participación social?

Las Encuestas CIEPS de Ciudadanía y Derechos revelan una baja participación en organizaciones sociales (sindicatos, movimientos ambientales, organizaciones de mujeres, organizaciones profesionales, entre otras). Las únicas organizaciones donde la ciudadanía panameña parecía participar, con una cifra un tanto más alta, eran las iglesias (en 2019, el 41.4% de las personas encuestadas decían pertenecer a una, la cifra más alta con mucha diferencia).

Sin embargo, las imágenes de marchas en las capitales de las provincias y la movilización de los transportistas en Chiriquí invitan a una mirada territorial más desagregada. Este esfuerzo nos confirma que, para todas las organizaciones sociales (con la única excepción de las asociaciones profesionales, donde la membresía se encuentra repartida de manera uniforme en el territorio nacional), la provincia de residencia de la persona encuestada aparece como una variable estadísticamente significativa para predecir el grado de participación social.

La siguiente tabla nos revela que el tejido social y organizativo está particularmente vivo y activo en algunas provincias. Es el caso en particular de la comarca Ngäbe Buglé, cuyos habitantes participan significativamente más que las otras provincias en iglesias, organizaciones de mujeres, sindicatos, movimientos políticos, sociales y ambientales, ONG, comités de cuenca, juntas de desarrollo local u organizaciones deportivas o culturales. En menor medida, también es el caso de Bocas del Toro, cuyos habitantes tienden a involucrarse en organizaciones deportivas o culturales, Chiriquí, con una intensa participación en organizaciones religiosas, o Los Santos que refleja un mayor cooperativismo que el resto del país.

Sin embargo, otras provincias aparecen con una participación social significativamente más baja. Así, quienes residen en la provincia de Panamá parecen tener un tejido social muchísimo más débil y fragmentado que el resto del país, con una participación mucho menor en todos los tipos de organización social. En menor medida, también es el caso de Panamá Oeste, cuya participación social es canalizada principalmente por los sindicatos, mientras se observa escasa participación en comités de cuenca, juntas de desarrollo local u organizaciones deportivas o culturales. A pesar de que la encuesta busca entender las razones de una menor participación social, las respuestas de los residentes de Panamá y Panamá Oeste no nos permiten identificar explicaciones convincentes a estas importantes diferencias.

Si observamos el mapa de la participación social, se ve una importante desmovilización y un tejido social muy poco activo en el área metropolitana y central, mientras que las periferias del país son mucho más activas, en particular los territorios indígenas. Por ejemplo, el 35% de las personas encuestadas en la comarca Guna Yala participan en organizaciones culturales o deportivas (que en Panamá Oeste es de sólo 4.09%) y un 15% forman parte de cooperativas (versus el 4.06% en la provincia de Panamá). En la comarca Ngöbe Buglé, el sindicalismo reúne al 9.09% de los habitantes (2.11% en la provincia de Panamá), las organizaciones de mujeres el 25% (2.34% en Panamá Oeste) y los movimientos políticos, sociales, ambientales o de minorías otro 25%. Encontramos una situación similar en la comarca Emberá-Wounaan.

Lo anterior plantea varias enseñanzas. La primera es que, en un país con una severa desigualdad y disparidad territorial, tanto los medios de comunicación como la academia deberíamos prestar mayor atención a estas diferencias si queremos entender el país en su complejidad y con sus matices. La segunda es que, dado el tejido organizativo existente en las periferias del país y en las comarcas, no debería sorprender que los mayores movimientos sociales en Panamá suelan suceder u originarse en dichos territorios. La tercera es que, cuando se repite que los panameños son apáticos, deberíamos preguntarnos de qué panameños estamos hablando, y considerar que nuestro análisis podría padecer de un sesgo capitalino.